TAtquel tipo que no se quitó las gafas de sol para mirarme y que vestía un polo Ralph Lauren, a pesar de venir de uno de los barrios más humildes de la ciudad, me ofreció lo que él creía un buen negocio. "Si tu coche vale 5.000 euros y necesitas 3.000, yo te los presto. Si no me los devuelves, me quedo con él", me explicó con tanta claridad que no había duda de que, si la cosa no salía bien, el perdedor sería yo. Aunque el dinero no me hacía falta, estuve dándole vueltas al préstamo en especie que el hombre me proponía y preguntándole con qué otros objetos de valor comerciaba. "La gente trae de todo", me contestó. Así fue cómo descubrí que la maldita crisis ha servido para que surjan nuevas ideas de negocio, tan antiguas como la vida misma, pero necesarias por las apreturas de estos tiempos. Como en aquel bar de una ciudad universitaria donde se les ocurrió poner las copas ¡a 3,20 euros!, en lo que bautizaron como "la hora feliz", de once a una de la madrugada, para incitar al consumo con el objetivo de hacer una caja digna. Me pregunto qué se inventarán la próxima. Tampoco se quedaron atrás otros locales que regalaban con el café las migas del desayuno y así ganar clientes o aquel músico que pasaba la gorra en el transporte público sonriendo a los viajeros al ritmo de Guantanamera. "La cosa está difícil, pero no imposible", se decía con la esperanza de volver a conseguir unas monedas para mañana. En Cuba la cantinela que más le repiten al turista es que "hay que inventar", regla número uno para sobrevivir a la escasez de los recursos más necesarios para comer cada día. Todo lo que les cuento pasa en la calle. Remedios diarios para seguir viviendo. ¿Me recomiendan el suyo?