Sara -nombre falso para proteger su identidad- comenzó a recibir mensajes de Whatsapp de alguien que no quería identificarse. Ella amenazó con llamar a la policía y él acabó confesando que trabajaba en el taller donde tenía el coche, en Pamplona. Pidió perdón. «Parecía arrepentido y me aseguró que nunca volvería a intentar algo así con nadie porque se había dado cuenta de que, además de ser ilegal, podía dar mal rollo». A la mañana siguiente, recibió un nuevo mensaje dándole los buenos días y preguntándole si había dormido bien. Y así durante varios días. «Cuando fui a recoger el coche estaba muy tensa, intentaba de alguna forma imaginarme quién habría podido ser». Durante meses, sintió miedo e impotencia: «Él estaba más preocupado de perder su trabajo que de ver si yo me había sentido violentada. Es un juego de poder que tienen para dominarnos, y el acosador disfruta de impunidad».

La situación que vivió Sara no es un hecho aislado. A través de las redes sociales, las mujeres llevan tiempo denunciando el uso indebido de sus datos por parte de repartidores, mensajeros, instaladores de telefonía, fontaneros... Hombres que se sienten libres de usar para un uso privado la información a la que tienen acceso y que a veces se convierte en acoso.

Pero ¿cómo acabar con ello? Por un lado, la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) ha sentado un precedente con la sanción a un técnico de Movistar con 2.000 euros por este motivo. Por otro, las empresas tratan de poner fin a estas quejas con mayor protección. A preguntas de este diario, compañías como Just Eat y Deliveroo aseguran que desde hace meses utilizan tecnología que enmascara el número de teléfono del cliente, de manera que el repartidor solo tiene acceso a un número genérico o a un botón en el caso de necesitar contactar con la persona que recibe la entrega. Otras, como Amazon, expresan su deseo de proteger al consumidor pero se niegan a explicar los métodos que utilizan. Mientras que la empresa de paquetería MRW alega un periodo complicado «de vacaciones» para dar una explicación, Seur y Glovo directamente no respondieron a estas cuestiones.

¿Qué responsabilidad tienen? «A nivel penal, si el contacto deriva en acoso, habría una cadena de responsabilidades y la empresa lo sería por el artículo 31bis del Código Penal», explica Ruth Sala Ordóñez, abogada especializada en delitos tecnológicos. «Penalmente, la responsabilidad es del empleado, pero solidariamente lo es la empresa por ser la marca bajo la que se trabaja y comete un delito».

PROGRAMAS INTERNOS / Pero tienen formas de cubrirse, de eliminar dicha responsabilidad. Desde el 2015 se habla de programas de cumplimiento normativo interno para prevención de delitos. «Deben quedar claras las normas en el contrato de trabajo. Si el empleado comete este tipo de delitos porque tiene acceso a información, será responsabilidad suya, y la empresa deberá acreditar que ha realizado un programa interno, una formación, en la que ha quedado claro sobre a qué tiene acceso y para qué». Es decir, prevenirse mostrando su organización de manera continuada.

Sin embargo, Sala Ordóñez matiza que no es tan común. «No hay tantas empresas que hagan esto porque suele ser casi reactivo, algo que se hace cuando te ves en un caso así». En definitiva, puede hacerse un anexo en el contrato que haga expresamente mención a estos detalles, pero el escalado tiene que estar muy bien trabajado: quién usa qué tipo de información a nivel de reglamento de protección de datos. Y a la par: si el repartidor solo tiene que saber la dirección, debe constar, de manera que sepa que si comete un delito yo no me hago responsable».

Samuel Parra, jurista experto en privacidad y protección de datos, cree que el interés por mejorar este aspecto se debe a una cuestión de imagen. «No es una obligación ocultar el teléfono, lo habrán hecho para evitar titulares que mañana digan que un repartidor de tal empresa ha hecho esto», explica. «Cuando conocemos los casos públicos, ni siquiera vemos los nombres de los que han cometido este abuso, pero sí la marca», que no puede controlar al trabajador hasta el extremo, sino que le concede ciertos datos y el motivo de esa entrega. «Aquí no hay un fallo de seguridad, la seguridad está bien, el trabajador conocía la información correcta para su trabajo pero la ha usado mal».

MÁS DE 30 LLAMADAS / A Bea un pedido a través de Amazon le supuso días de terror. El repartidor llamó para «recoger el paquete y tomar algo». Ella fue muy clara, pero él empezó a llamar de forma sistemática: 30 veces en una sola tarde. «Se oía un bar de fondo, quería quedar en la estación de autobuses de Badajoz para darme el paquete. Yo le dije que no tenía que ir a ningún sitio y él insistió». Desesperada, su marido atendió a una de las llamadas, pero solo paró de llamar cuando decidieron ponerse en contacto directo con Amazon. «Debieron darle un toque gordo porque cesaron, y recibí un e-mail de disculpa», dice. En declaraciones a este diario, Amazon asegura que este tipo de incidentes se los toma «muy seriamente» y siempre investigan y actúan en consecuencia, aunque declinan explicar qué tipo de medidas toman. La intranquilidad duró meses: «Siempre te queda la incertidumbre de que ese señor sabe dónde vives».

Las mujeres que han manifestado sus vivencias en este reportaje -todas de forma anónima- coinciden en la impotencia que les produce la sensación de que a ellos les preocupa mucho más perder su trabajo o que ellas tengan novio que el grave hecho de invadir su intimidad y no respetar los límites que les ponen.

Así lo expresa Alicia, a quien un repartidor de pizzas le escribió al día siguiente de la entrega: «No sé si el chaval que había era tu novio o no. Me pareciste muy guapa y no pude evitar mirar el teléfono del tíquet y hablarte para preguntarte al menos si estabas soltera». Ella le pidió que borrara el teléfono y el hecho no fue más allá, tampoco denunció porque no le parecía tan grave como para que él pudiera perder su trabajo en Sevilla. «Lo que me molestó es la falta de privacidad y que la disculpa fuera que no sabía si me molestaría porque el chico que estaba conmigo fuera mi novio o no, en vez de pensar en mi privacidad».