Bajo la ropa que se seca al sol en algunas ventanas, dos chicas se dirigen calle abajo con sus maletas. Se cruzan con tres que suben también con su equipaje mientras una familia espera junto a un portal con sus bultos. Esta escena que transcurre en pocos metros y en apenas dos minutos se repite a todas horas y todos los días aquí en Alfama, el humilde barrio de pescadores de Lisboa que más alto precio está pagando por el 'boom' turístico que está transformando la capital portuguesa y poniendo por las nubes el precio de la vivienda.

Las siglas AL (Alojamiento Local) y un timbre identifican los portales con viviendas para turistas. En la empinada Rua dos Remedios son casi todos. Conviven con las tiendas de 'souvenirs' y algunos bares que han reemplazado a los comercios de toda la vida. Solo un pequeño colmado de cafés y una floristería han resistido el empuje turístico. Un estudio realizado en esta calle refleja con toda su crudeza la brutal transformación que está sufriendo el barrio: de 150 pisos que se vendieron en dos años -entre 2015 y 2017- solo uno fue para residencia habitual.

Los apartamentos turísticos suman ya el 60% de las viviendas del barrio, cuenta Maria de Lurdes Pinheiro, presidenta de la Asociación para la defensa del patrimonio y la población de Alfama, organización nacida hace 30 años para pedir al ayuntamiento rehabilitaciones de edificios. El lema era entonces 'Alfama, recuperación o muerte'. Sirve también ahora, cuando el barrio conoce una muerte lenta: los electores censados no llegan a 3.000, frente a los 20.000 de entonces.

Manuela, la última en salir

La estrecha y peatonal calle de San Pedro era antes un mercado al aire libre, con pequeñas tiendas a ambos lados. Ahora no queda ni una y es difícil avanzar entre ríos de turistas. Tras un portón verde se escondía la frutería de Manuela, la última en cerrar hace unos meses. La mujer se resistió durante dos años. Llevaba allí 45 y pagaba 170 euros al mes de alquiler. El propietario alegó que hacían falta obras mayores.

Le proporcionaron un local en una calle perpendicular por el que todavía no sabe cuánto le van a cobrar. Pese a que el barrio está repleto de turistas, su tienda está vacía. Ellos compran fuera, afirma.

Cerca de allí, dos ancianas, Emerlinda y María Luisa, toman el sol otoñal en sus estrechos balcones. Son las únicas que quedan en dos edificios en que todos sus vecinos son turistas que vienen y se van, con sus fiestas y sus horarios sin horarios.

Las casas de Alfama son estrechas, están muy pegadas unas a otra, con suelos y escaleras de madera y rehabilitaciones de pladur. Ruidosas. Algo que ha desquiciado a María, que se lleva las manos a la cabeza mientras cuenta que no puede dormir. Tiene depresiones, dice María Lurdes, que conoce a todos y cada uno de los antiguos vecinos del barrio, los que entre ellos se llaman ahora los resistentes.

Son antiguos y mayores, los que por ley no pueden ser desahuciados por tener más de 65 años. Los jóvenes han sido casi todos expulsados a la otra orilla del Tajo, incapaces de costearse los alquileres del cada vez más menguante parque inmobiliario no turístico . Este barrio ya no existe, es una multinacional, se lamenta Manuel Ignácio, estibador jubilado.

Deshaucios

Armando tiene 57 años, y una orden de desalojo, pero le han asignado una vivienda social aún no sabe dónde- debido a su precaria salud. También Margarida, de 61 años, va a ser desahuciada. Paga 145,74 euros al mes por su humilde piso pero malvive con una pensión social de 189. Perdió su trabajo de cocinera hace nueve años, en lo peor de la crisis. También ha pedido una vivienda social. No tiene aún respuesta.

Cerca de la Rua de Vigário se encuentra la única pescadería del barrio (en un barrio de pescadores!), donde unos pocos ejemplares de pescado languidecen en un local a media luz. Emilia apenas vende y paga 400 euros al mes de alquiler. Acumula varios retrasos.

Con María de Lurdes subimos a lo alto del barrio. Quiere mostrar una enorme mole de hormigón donde se están construyendo apartamentos que se van a vender por 700.000 euros. Desde allí arriba, se vislumbra la proa de un enorme crucero estacionado en la terminal inaugurada en el 2010. A veces coinciden hasta cuatro barcos y entonces los vecinos se quedan sin señal de televisión e internet.

Desde allí arriba, La Alfama, con sus laberínticas callejuelas, sus estrechas escaleras y su ropa tendida al sol se sigue viendo hermosa. Pero le han robado el alma. ¿Qué es un barrio sin la historia de las personas que le dan vida?, se pregunta María de Lurdes, jefa de la resistencia.