TUtna amiga realizaba un viaje por carretera e hizo una de esas oportunas paradas que nos recomienda la Dirección General de Tráfico y la voz cansina de los modernos navegadores GPS. Entró acompañada de dos niñas de corta edad en un área de servicio que está al lado de los túneles más importantes de la región y, entre una nube de humo espesa, leyó un cartel que le indicaba que se encontraba en el área reservada a las personas que no fuman. A pocos metros había un pequeño espacio acristalado para fumadores, que estaba totalmente vacío, mientras que en la barra se agolpaban como chimeneas el resto de clientes. Mi amiga comentó al camarero esta paradójica situación, pero le respondió que no pasaba nada y que se podía fumar donde se quisiera. Poco después aparecen agentes de la autoridad uniformados y mi amiga aprovecha la ocasión para preguntarles si les parece normal lo que allí está pasando. La desoladora respuesta fue que no podían hacer nada. Esta anécdota verídica, como las que contaba Paco Gandía , nos recuerda que hace tres años se hizo una ley que a quienes tenemos el defecto de no fumar y querer respirar aire medio limpio no nos sirve para casi nada: encontrar un bar sin humo en España es tan complicado como ver un lince ibérico, desayunar o merendar en una cafetería es tarea casi imposible si no quieres salir ahumado como un salmón, por no hablar los espacios de trabajo en los que se sigue fumando porque quién se atreve a decirle a un jefe o al patrón que hay una ley 23/2005. En Extremadura se fuma hasta en las pastelerías y uno se pregunta si alguien responsable se ha dado cuenta de todo esto.