Es dudoso que los habitantes del condado de Suining (provincia de Hunan) conozcan a Astérix pero es probable que compartan el miedo de este personaje de cómic a que el cielo caiga sobre sus cabezas. Sobre esa región de China han llovido restos de astronaves una veintena de veces desde que el país asiático inició su programa espacial. La última, el pasado lunes, nueve minutos después de que un cohete impulsara la sonda lunar Chang E-3 desde el Centro de Lanzamiento de Xichang, en la vecina provincia de Sichuan, a un millar de kilómetros de donde cayó la chatarra.

En las fotos difundidas en redes sociales y publicadas en medios chinos unos campesinos señalan aturdidos restos metálicos. No hay víctimas mortales pero sí dos viviendas dañadas. Las autoridades han compensado ya a los propietarios de las construcciones perjudicadas con 1.300 y 630 euros tras examinar los daños. Los expertos han sugerido que el flamante programa aeroespacial chino merece un sistema de seguros menos rudimentario para afrontar los crecientes accidentes. Los restos de un cohete destrozaron varias casas y golpearon una instalación de alto voltaje en mayo en la misma zona, según el diario Shanghai Daily. Y en octubre del 2011, una pieza de 250 kilos cayó sobre un campo mientras otra destrozaba un tejado.