Los aires conservadores que desde hace casi dos años y medio soplan con fuerza en la Casa Blanca tienen preocupada a la jet set de la capital del poder político mundial que se aburre porque los Bush llevan una vida retirada.

Desde que George W. Bush y la primera dama, Laura Bush (ambos con la madre de ella en los jardines de la Casa Blanca), se convirtieron en los nuevos inquilinos del 1600 de Pennsylvania Avenue han ganado enteros el rancho de Crawford (Tejas) --que han visitado unas 24 veces-- y Camp David, el retiro presidencial de Maryland al que el exgobernador tejano ha viajado en al menos 60 ocasiones. La escena social de Washington, en cambio, se desvanece.

"Como no hay vida social en la Casa Blanca ni en la ciudad, Washington, como lo conocemos, se ha acabado. La escena social ha frenado en seco", corroboraba en un artículo en la revista W Sally Quinn, esposa del periodista Ben Bradlee, y una de las figuras de esa escena que se apaga.

Con un presidente que confiesa "odiar las fiestas", que se retira pronto incluso de las pocas que organiza y al que le gusta acostarse sobre las 9.30 de la noche, las grandes reuniones sociales que hicieron famosas antecesores como John F. Kennedy y Jackie, Ronald y Nancy Reagan y Bill y Hillary Clinton son cosa del pasado.

El cambio que ha propiciado la llegada de los Bush ha chocado más aún a esa jet tras la experiencia de Clinton. "Después de un presidente como él, al que le sentaba de maravilla conocer gente y salir a diferentes actividades, la comparación es un shock para cualquiera", declaraba en The Los Angeles Times Nancy Bagley, directora de la revista Washington Life .

El actual matrimonio presidencial, más amante de las barbacoas, ha reducido las grandes fiestas hasta el mínimo: sólo tres en dos años y medio. Algunos ya hablan de la muerte del glamour en D.C.