Reunirse es un acto tan masculino como afeitarse la barba u orinar de pie. Los varones, tras un saludo pírrico, manifiestan siempre la necesidad de reunirse. "Tenemos que reunirnos un día de estos". "Sí, a ver si encontramos un hueco", añade el otro. El hueco, el momento libre, es de suma importancia. Un hombre digno de reunirse es un hombre muy ocupado, y para poder consumar su actividad preferida tiene que encontrar un hueco en su agenda, que siempre está apretada . Los engorrosos preparativos merecen la pena, porque cuando los hombres se reúnen son felices, aunque por exigencias del guión deban poner caras de intranquilidad. Se sienten pletóricos de estar ahí, unos frente a otros, hablando, opinando, argumentando, estableciendo rangos de jerarquía. Eso les convierte en grandes hombres. ¿Y sobre qué hablan, opinan, argumentan, etcétera, estos triunfadores? Sobre nada. Los hombres no se reúnen para tratar un tema concreto, se reúnen exclusivamente para estar reunidos. No necesitan una excusa; la reunión es el opio del hombre de nuestros días.

La mejor de las reuniones ha de ser en un hotel y extenderse hasta la madrugada. Al hombre le gusta llegar tarde a casa, hundirse en la ansiada cama y escuchar una voz femenina que pregunta: ¿Qué tal la reunión? Entonces el hombre suspira y calla, como dando a entender que ha sido dura, que mañana ya le contará. Pero en realidad suspira y calla porque acaba de caer en la cuenta de que no sabe de qué trató la reunión.

Reunirse es una pérdida de tiempo, pero Zapatero y Rajoy se reúnen de vez en cuando para recordarle a la ciudadanía que son hombres muy ocupados.