Se levanta uno un poquito más tarde de lo habitual por ser el primero de mayo y oye rumores de revueltas juveniles en las calles de Madrid. Y a uno le da por pensar que los mileuristas se han cansado de la explotación laboral, los becarios de investigación se han plantado de una vez por todas, los extorsionados por el mercado inmobiliario han dicho basta y la savia nueva se dispone a hacer temblar, nuevamente en mayo, los cimientos del sistema. Poco después se cae uno del guindo y repara que todos los contenedores quemados, todas las carreras y todas las pedradas tenían como sublime objetivo revolucionario la celebración de un botellón. Y uno piensa que es el día de la marmota, que ha vuelto al Cáceres de los primeros años 90, cuando los estudiantes pagaban cantidades estratosféricas por tugurios llamados pisos y se rebelaron, por llamarlo de alguna forma, el día que en La Madrila se adelantó el horario de cierre.

Pero algo es diferente porque, lejos de los que alborotan por casi nada, sí que existen jóvenes organizados en busca de su dignidad, investigadores que reclaman tener seguridad social, manifestaciones pacíficas reclamando un techo o un sinfín de cooperantes y solidarios. Otra cosa es que apenas encuentren hueco en los telediarios o en las portadas de los periódicos entre infantas y tonadilleras. Sólo nos llaman la atención y nos escandalizan cuando vuelcan contenedores y se les ignora cuando reclaman un lugar en un mundo más justo. Mayo será siempre recordado como un luminoso escenario para las revueltas de juventud aunque, como este año, empiece lluvioso. http://javierfigueiredo.blogspot.com