Tibio, tímido, templado. Ese ha sido el primer defecto de Ricardo Blázquez Pérez, abulense de 65 años, al frente de la Conferencia Episcopal Española y, a la vez, su principal activo. Entre los que le apoyaron hace tres años hay quien se ha desesperado al ver que no siempre era capaz de hacer valer sus prerrogativas como presidente. Tampoco han tardado en disculparle: un obispo, que no arzobispo ni cardenal, a caballo entre Bilbao y Madrid, con un secretario general, el ubicuo Juan Antonio Martínez Camino, que no ha elegido y que no siempre rema en la misma dirección, no lo tenía fácil. Aun así ha habido ocasiones en las que ha cogido la sartén por el mango y ha logrado que saliera un plato a gusto de la concordia episcopal. Como a finales del 2006, cuando se aprobó el documento Orientaciones morales ante la situación actual de España, donde hubo que hacer equilibrios para mantener la comunión.

Sus buenos oficios sirvieron para que unos lograran que la unidad de España fuera descrita como un bien moral y otros colaran una fórmula que admitía que la unidad política pudiera modificarse por métodos democráticos. Donde no hubo nada que hacer fue con el proceso de pacificación del País Vasco, al que ya entonces, como ha ocurrido recientemente con la nota electoral de los obispos, no se le concedió oxigeno. Ahí tienen parte de razón los obispos: ¿a qué viene tanto ruido con la célebre nota cuando lo que se dice en ella sobre terrorismo ya estaba escrito? Ya entonces el grueso de los prelados se hallaba más en sintonía con las posiciones del PP. La diferencia estriba en que no había unas elecciones a la vuelta de la esquina.

Blázquez Está acostumbrado a nadar a contracorriente y no parece que le haya ido mal. No fue bien recibido en 1995 cuando llegó a la diócesis de Bilbao, hasta el punto que cuando manifestó su disposición a iniciarse en el euskera, el entonces presidente del PNV, Xabier Arzalluz, le espetó: "Loro viejo no aprender a hablar". Pero en el 2002 firmó la carta pastoral de los obispos vascos contra la ilegalización de Batasuna causándole un grave quebradero de cabeza a Rouco, que se las tuvo que ver con el entonces presidente Aznar. Ahí empezó a enfriarse la cálida relación de amistad que Blázquez y Rouco mantenían desde los años en que el primero fue el obispo auxiliar del segundo en Santiago de Compostela.

Blázquez quiere repetir durante tres años más al frente del episcopado. "Non recuso laborem nec peto laborem " ("no rehúso ni lo estoy pidiendo"), ha respondido cuando se le ha preguntado. Dado que entre los miembros de la jerarquía de la Iglesia de desaires se hacen los imprescindibles, convertir al actual presidente en el único al que en los últimos 40 años no se la ha renovado el mandato por un trienio no parece probable.

La tibieza, esta vez, juega a favor suyo. El Vaticano quiere evitar a toda costa el cuerpo a cuerpo con el Gobierno socialista, al que se da por ganador de las elecciones. Sus proclamas en defensa de la doctrina católica no van cargadas con la misma munición que gasta el triunvirato de cardenales de Madrid, Toledo y Valencia. En su hoja de servicios se le ha apuntado haber conseguido un acuerdo con el Gobierno sobre financiación, en principio ventajoso para la Iglesia católica, que ni siquiera una pareja tan bien avenida como Aznar y Rouco logró sellar. Tampoco puede decirse que hasta ahora no se le haya querido promocionar nombrándole arzobispo de Zaragoza o Pamplona. Cubrir la vacante de Bilbao no es una papeleta fácil, máxime cuando en breve quedará vacante la sede de San Sebastián. El Vaticano está por apaciguar los ánimos y ha visto en la timidez de Blázquez una bendición.