El trabajo de Fañanás constata que los episodios de abuso sufridos antes de los 16 años incrementan el riesgo de sufrir síntomas psicóticos en la edad adulta. Sin embargo, esta correlación no se detecta en el caso en que los malos tratos no se convierten en violencia y se limitan al abandono, posiblemente porque la distinta magnitud de la experiencia de maltrato somete al cerebro a dos niveles distintos de exigencia.

Estudiar la privación afectiva en laboratorio es casi imposible. "Podemos analizar la privación ocular de un ratón: se le tapa un ojo o una oreja y se mira cómo cambia la expresión de los genes en el hemisferio cerebral correspondiente, con respecto al hemisferio del ojo destapado", explica Esteller. Esto permite analizar los efectos genéticos de la privación de visión. Estudiar la privación de cariño es más complejo.

El investigador canadiense Michael Meaney llevó a cabo un controvertido análisis del cerebro de 13 suicidas que sufrieron abusos en su infancia. El ADN de todos los individuos está sembrado de marcas epigenéticas, moléculas que modifican su funcionamiento. El patrón de marcas de los suicidas era distinto del de la población general. Esto apuntaría a que los abusos podrían modificar la distribución de estas marcas.