Quien diga que el saber no ocupa lugar, miente. Claro que ocupa. Cierto es que ahora puede caber en la palma de una mano o en un minúsculo disco duro se puede recopilar ya una vida entera, pero el de hace siglos, el saber centenario, ese que se escribía a mano, no tiene otro sitio que estanterías como las de Jaime Naranjo García (Cáceres, 1970). El extremeño se dedica a revivir los libros. Les da una segunda vida, una tercera o incluso una cuarta porque quién sabe cuántas habrán tenido antes. Lleva casi veinte años custodiado por auténticos retablos de manuscritos. Es librero ‘de viejo’. En el argot se conoce así, ‘de viejo’. A pesar de lo ingrato que puede resultar el apelativo, no se llama así porque su público se reduzca a una edad -faltaría más-- sino porque en su día a día se dedica a comerciar con ejemplares que pueden llegar a tener hasta 500 años.

Las repisas de su tienda pesan décadas. En una ojeada rápida, se encuentra una con una edición de ‘Las mil y una noches’ de 1846, manuales de medicina, una guía sobre la orina o unas piezas encuadernadas en el siglo XVII. Llaman la atención tres ejemplares idénticos de unas ‘Cartas del filósofo rancio’ y Naranjo asegura que hacen honor al nombre. Habrá que hacerle caso. Todo son rarezas, ediciones únicas, descatalogadas y agotadas. Sostiene una escalera y alcanza del altillo un tomo de las obras maestras de Dickens que se publicó mientras el autor estaba vivo. En otra vitrina y sin rituales se atreve con el más antiguo: un manuscrito en latín antiguo, ilegible, que casi roza el incunable salvo porque es de 1532. ¿Su precio? Pasa de los 2.000 euros, es el más caro. Pretendido o no, su librería apenas suma metros en un rincón alejado del paso, entre una sala de fiestas, un hotel atestado de turismo y una tienda de chucherías. No hay más. La librería primigenia, la que abrió su padre, ocupó el famoso edificio de los picos en la avenida de España en 1999 y más tarde se ubicó en Conde de Canilleros. La de la calle Margallo es la tercera parada, alejada del bullicio, como si esos libros necesitaran paz y sosiego. A conciencia sí fue el nombre elegido para la tienda: Boxoyo. Aunque la historia no le haga justicia, es el apellido de Simón Benito, considerado el primer cronista cacereño. «Mi padre compró el manuscrito de ‘Noticias históricas’ y fue un homenaje». De repente, se revuelve entre los estantes y encuentra un facsímil que se publicó hace años sobre el original de 1794 y relata una anécdota sobre la figura que da nombre a la tienda. «Él habla en una de las páginas de una lápida, la única conocida sobre el origen romano de la ciudad, la colonia Norba Caesarina, esa lápida desapareció y jamás volvió a encontrarse».

El extremeño vive rodeado de historia así que no puede ocultar su interés por ella. No es de extrañar cuando pertenece a una saga de historiadores. También de amantes de la literatura. «A mi abuelo y a mi padre le gustaron siempre mucho los libros». Pasa página. Aunque es temprano, rompe el silencio una llamada y una chica que no superará la veintena pasea entre los estantes más alejados. «Hay mucha gente joven que viene y compra ediciones raras». Rompe así el mito que defiende que la juventud no lee. En su ‘casa’ convergen el amor a la literatura y al arte y el afán del coleccionismo. Reconoce que él también padece la ‘enfermedad’ del librero. Ese eterno sentimiento encontrado entre querer vender un libro y querer quedárselo. «El libro te enamora». Aunque no está el panorama como para rechazar una venta. Habla de la feroz competencia de internet y su lucha «con piedras». Precisamente, el cacereño preside desde hace dos años la asociación nacional de comerciantes del libro antiguo (Uniliber), un colectivo con 300 supervivientes en el país. «El otro día nos dijo un compañero que cerraba». Él de momento sigue adelante y en breve su librería cumplirá los 25 años. «¿Habrá celebración?». «Celebraremos seguir abiertos». No hay mayor regalo que pasar la página.