THtoy me he comprado unas VamCats. Ya sabes, esas zapatillas de deporte comunes y corrientes si no fuese porque son tan cómodas de usar como incómodas de llevar. La razón: lucen una estelada a cada lado del pie. Y claro, eso puede generar conflicto no al que las lleva, sino al que las ve. Sobre todo si te las pones para salir a la calle y no al carrer. Muy mío, tot plegat.

El caso es que me las he comprado con la sana y sincera intención de unirme este miércoles a la Via Catalana, no vaya a pasarme como con la Via Augusta, y para cuando vaya a darme cuenta ya no me las pueda permitir. De pequeño, yo era de los que iba a misa únicamente para presenciar el momento "daos la paz", en el que unos cuantos desconocidos se daban la mano en fingida señal de unión y concordia y yo volvía a creer aunque sólo fuera durante un instante en la raza humana catódica, apostólica y romántica. Por la misma razón, no me perdería por nada del mundo una cadena humana que encima incluyese ateos, masones, comunistas, separatistas, antidemócratas y forajidos. Y como me enseñó mi abuela, las ideas hay que empezar a vestirlas por los pies.

Por eso me he comprado unas VamCats. Sin embargo, en cuanto me las he puesto, algo ha empezado a cambiar en mí. Me ha venido como de dentro afuera, algo así como un efluvio ideológico muy parecido al editorial de un periódico venido a menos. De pronto, he notado como si mis pies se hubiesen propuesto seguir sin mí o mejor dicho, muy a mi pesar. De repente, los principales impulsores de mi movimiento estaban como desatados, más sueltos, más libres y con mucho menos apego al tipejo que han venido aguantando. La verdad es que no les culpo, si hemos llegado hasta aquí ha sido por acción y dirección del resto del cuerpo, un resto del cuerpo cada día más viejo, más pesado, más corrupto y para qué negarlo, más feo.

Jamás he dejado que mis pies tomaran las decisiones por mí,

--puede que sea un radical, pero no un extremista--, siempre lo he hecho todo pensando en mi metabolismo y mi constitución.

Y aún así, mis pies de pronto parecían decir para qué os quiero. Y se lo han planteado. Y lo peor de todo, me lo han planteado a mí. Me han planteado una consulta popular. Saber si deben seguir condicionados a lo que mi torpe y mal gestionado cuerpo les imponga, o si por el contrario merecen la condición de plantillas, pies de página o pie de rey.

Yo claro, he tratado de convencerles de que juntos hallaríamos una vía federalista para seguir caminando, pero ni ellos ni yo hemos entendido muy bien qué significaría eso, así que mis pies han seguido en sus setze jutges d'un jutjat y me han amenazado con una declaración unilateral de pedicura.

Mis pies, por lo visto, están hartos de que todos los resultados de su obstinado esfuerzo acabe siempre dando resultado en otras partes del cuerpo. Si corro me adelgazo, si camino me desplazo y si me quedo quieto, me quedo de pie, única actividad en la que se sienten reconocidos, nombrados y recompensados, aunque sea justamente la menos atractiva y edificante de todas. Així no anem bé.

Pero es que el resto del cuerpo también se me ha empezado a poner farruco. Las manos han comenzado a ensayar el pino puente, las orejas han hecho oídos sordos y mi única gran baza, el bazo, ha seguido haciendo lo que sea que haga el bazo. Yo los iba clasificando, a favor o en contra de la consulta podológica. Y los que no estaban ni completamente a favor ni totalmente en contra, eran todos unos cagaos. Porque en este país, todo lo complejo es mentira por definición, y lo más simplista es lo único que tiene apariencia de verdad. Y así, con todo el cuerpo en actitud soberanista, me han sobrevenido unas ganas de prohibir cualquier cosa que he empezado a declarar ilegal cualquier movimiento, se diese en la dirección que se diese. Por si acaso.

Ellos que siempre acudieron a mi rescate, de pronto se han visto secuestrados por mi inacción e incluso me atrevería a decir que hasta estrangulados por mi falta de riego.

Alguien dijo una vez que incluso el viaje más largo comienza con un solo paso. Convertir la esperanza de una parte importante de la población en un humilde producto de gran consumo es el primero para que todos empecemos a calcular cuánto cuesta.

Pero jamás cuánto vale.