La sonda Rosetta, un ambicioso programa de la Agencia Espacial Europea (ESA), concluyó el viernes su epopeya de 7.000 millones de kilómetros precipitándose sobre la superficie del cometa al que ha estado consagrada en los últimos dos años, 67P/Churyumov-Gerasimenko, una mole de hielo, piedra y polvo de 10.000 millones de toneladas. Aunque Rosetta no sobrevivió al impacto con el cometa, la ESA confía en que la sonda pueda aportar durante el descenso su última contribución al conocimiento de tan singulares cuerpos, residuos de la primitiva formación del Sistema Solar. De hecho, la nave fue bautizada como Rosetta en honor a la mítica piedra que permitió descifrar los jeroglíficos egipcios.

La misión de Rosetta, que se inició en el 2004 tras más de una década de preparación, alcanzó su clímax el año pasado cuando se acercó a 67P y soltó un módulo que descendió con precisión sobre la superficie de 67P, una primicia en la historia de la exploración espacial que aportó valiosa información sobre la composición, la actividad y la formación del cometa. Sin embargo, el pequeño ingenio, Philae, rebotó debido a un problema en los arpones, que o bien no se activaron o bien no se anclaron a la superficie, y acabó inmovilizado en una grieta helada sin poder recargar los paneles solares que le proveían la energía necesaria para realizar los experimentos.

Como ha informado la ESA, la maniobra de descenso y colisión, un suicidio en aras de la ciencia, se inició el viernes de madrugada. Rosetta se precipitó sobre la cabeza de 67P, el menor de los dos lóbulos que forman el cometa, concretamente sobre una región, conocida como Ma’at, que alberga varias fosas activas de más de 100 metros de diámetro y entre 50 y 60 metros de profundidad. «Las paredes de las fosas también muestran unas enigmáticas estructuras granulosas de aproximadamente un metro. Los científicos creen que podrían indicar la existencia de antiguos cometesimales que, al fusionarse en las primeras fases de formación del Sistema Solar, dieron lugar al cometa», añade la agencia.

A UN KILÓMETRO / La sonda se dirigió a un punto cercano a una fosa bautizada como Deir el-Medina, ya que tiene una estructura de apariencia similar al antiguo poblado egipcio del mismo nombre. «Igual que los objetos encontrados en el yacimiento muestran a los historiadores cómo era la vida en el poblado, la fosa presenta indicios sobre el devenir geológico de la región», prosigue la ESA. Desde el 9 de agosto la sonda traza órbitas cada vez más cercanas al cometa y, en la última, podría quedar a un kilómetro de la superficie, distancia nunca antes alcanzada.

Para llegar a las cercanías del cometa 67P, Rosetta emprendió un complejo recorrido que le llevó a orbitar tres veces la Tierra, lo que le suministró un gran impulso, y una vez Marte. También sobrevoló dos asteroides, Steins (2008) y Lutetia (2010), de los que obtuvo centenares de fotografías. En el 2011, no obstante, Rosetta, se vio obligada a entrar en hibernación durante dos años y siete meses puesto que la lejanía del Sol, situado entonces a unos 800 millones de kilómetros de distancia, impedía la recarga de los paneles. Todo el equipo se apagó excepto el ordenador a bordo y algunos dispositivos de calentamiento. No despertó hasta el 20 de enero del 2014.

En agosto de ese año, Rosetta empezó su aproximación al cometa. Tras la maniobra de inserción orbital, que resultó más compleja de lo inicialmente previsto debido a la inesperada forma de 67P, la sonda comenzó a buscar un lugar seguro para que su módulo Philae aterrizase. El anclaje, sin embargo, no se desarrolló como estaba previsto: en vez de posarse, Philae rebotó tres veces y acabó en una grieta. De hecho, se le perdió el rastro hasta que a principios de este mes se localizó su emplazamiento.

A pesar del accidente, la ESA asegura que Philae completó el 80% de las actividades para las que estaba diseñado. «Rosetta podría haber durado un poco más, pero no habría aportado gran cosa al no disponer prácticamente de radiación solar, puesto que ya se ha alejado mucho del Sol. La decisión de sacrificarla era una decisión del proyecto», señala Elisabet Canalias, del CNES. H