En uno de los supermercados de Gisenyi, en el noroeste de Ruanda, un guardia de seguridad señala a los consumidores el grifo de agua clorada donde deben lavarse las manos antes de acceder al establecimiento. En su interior, los trabajadores usan guantes de látex blancos para atender a los clientes. "Desde el 11 de agosto nos obligan a llevarlos por precaución", dice la chica que cobra los productos en el mostrador mientras muestra a sus compañeros la suciedad que se le ha acumulado en solo dos días.

Así se prepara Gisenyi, una ciudad de 106.000 habitantes fronteriza con la República Democrática del Congo (RDC), ante la amenaza de posibles contagios de ébola procedentes de su vecina congoleña Goma. El 1 de agosto del 2018 el ministerio de Salud de RDC anunció un nuevo brote del virus en las provincia de Kivu Norte e Ituri. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), esta enfermedad ya se ha cobrado la vida de 1.913 personas. Tras confirmarse el primer caso de ébola en Goma, el mismo organismo declaró el pasado 17 de julio que la epidemia en RDC era una emergencia de salud pública internacional.

TRÁNSITO ENTRE GISENYI Y GOMA

Tal y como estima el gobierno ruandés, más de 90.000 personas cruzan diariamente la frontera entre Gisenyi y Goma, capital de Kivu Norte y principal centro de tránsito para el acceso al este de África. A nivel informal, RDC es el principal socio comercial de Ruanda y, según datos del Banco Nacional de Ruanda (BNR), el 79,2% de las exportaciones transfronterizas informales se producen con este país.

El pasado 1 de agosto, tras la confirmación de la segunda muerte por ébola en la ciudad de Goma, el pánico estalló en Ginseyi por un posible cierre de la frontera entre ambos países. El mismo día, la ministra de Salud ruandesa, Diane Gashmuba, negó dicha información y aclaró que se trataba de una "ralentización del tráfico a primera hora de la mañana para reforzar los procedimientos de seguridad pública". Pocos días después, Gashumba se reunió con su homólogo congoleño, Pierre Kangudia Mbayi, para establecer unas pautas de actuación conjunta en las actividades transfronterizas.

ALTERNATIVAS CIUDADANAS

En las afueras de la ciudad, un grupo de hombres fabrica ladrillos con barro y agua para la construcción de una librería infantil. La mayoría son padres de familia que, en su día a día, realizan el trayecto hasta Goma para vender arroz, fruta y café, entre otros bienes. "Si no estuvieran trabajando aquí, estos hombres viajarían al Congo para vender sus productos" dice Emmanuel Dylan, el chico que los ha contratado para este proyecto. "Son los padres de muchos de los niños que viven en la zona y no quiero que estén expuestos a un posible contagio de ébola", asegura el joven.

Además, desde que estalló la alarma por el virus del ébola, Emmanuel hizo una llamada a la ciudadanía para recolectar máquinas de coser. Su objetivo es distribuirlas entre los adultos que exportan diariamente sus productos al Congo para que fabriquen bolsas de tela y las vendan en territorio ruandés.

A pesar de iniciativas como las de Emmanuel, la mayoría de ciudadanos de Gisenyi sigue viajando diariamente a Goma. "La gente hace vida normal y en la frontera se han establecido medidas de seguridad e higiene como grifos para lavarse las manos cada vez que entran y salen del país" dice John Mary, enfermero en la clínica La Medicale Rubavu, situada en el centro de Gisenyi.

"Hace dos semanas se instauró el miedo entre la ciudadanía y muchas personas vinieron preocupadas al centro", asegura el enfermero que, al igual que sus compañeros, recibió por precaución la vacuna experimental contra el virus. "Algunas de las medidas que recomendamos en la clínica son lavarse las manos muy a menudo y evitar cualquier tipo de contacto físico con otras personas", añade John.

CALMA ENTRE LA POBLACIÓN

Miles de personas, en su mayoría mujeres, cargan sobre sus espaldas sacos llenos de fruta y otros alimentos, mientras esperan a pasar el registro policial en una de las dos fronteras oficiales. En sus rostros predomina el sosiego y la indiferencia rutinaria. Varias fuentes de agua las esperan tras pasar la línea divisoria que separa Ruanda de RDC.

La misma tranquilidad prevalece en el mercado central de Rubavu, donde un cartel medio rasgado indica los síntomas del ébola a los transeúntes que se disponen a entrar. Dentro, el contacto físico es constante. Bajo el eco de la radio local advirtiendo sobre el peligro de contagio, los visitantes del mercado de Gisenyi se estrechan la mano, manipulan los alimentos sin el uso de guantes y, al salir, no tienen la obligación de desinfectarse.

A pesar de los esfuerzos del gobierno ruandés para prevenir futuras infecciones, en Gisenyi la calma parece haber vencido a la histeria colectiva.