TStabina es pequeño, suave, peludo, y un caudal de inspiraciones. Yo, con perdón, escribí hace años un libro de relatos titulado Yo maté a Joaquín Sabina donde hasta el título era mentira, ya que no conseguía matarlo ni en la ficción. A partir de esa idea, otro artista ha grabado un corto de cine en el que también miente: ni lo mata, ni sale Sabina en la película. Ahora, otro paisano está protagonizando un triste episodio que bien podría titularse Yo contraté a Joaquín Sabina , donde ni hay contrato ni aparece Sabina por ningún sitio, salvo como reclamo con el que ganar un puñado de euros. Ha resultado ser una burda mentira que más parece una astracanada que un timo. Demuestra que aún hay quienes piensan que edificar una mentira está al alcance de cualquiera. Y una cosa es que hagamos como que nos creemos que Fernando Alonso sabe bailar claqué y otra consentir que alguien monte un fraude a costa de nuestro caudal y del nombre ajeno.

Mentir es un feo vicio que sienta fatal al cutis, sobre todo por la cara que se te queda cuando te pillan. Requiere dedicación y esfuerzo, como cualquier arte. La experiencia nos enseña que para que una mentira sea eficaz y te llene los bolsillos de por vida hay que fundamentarla sobre un referente irrefutable.

--La monarquía es sagrada.

--¿Y eso quién lo dice?

--¡El rey!

--Ah, entonces punto en boca.

De ahí para abajo, solo se miente para sobrevivir. Yo, con perdón, mataba en mi cuento a Sabina, no por lucro personal, que habría sido una vulgaridad, sino por envidia insana, porque envidiaba su exceso de pelo, de talento y de biografía. Eso no es un crimen, es un ajuste de cuentas.