Tres científicos estadounidenses se encerraron en un laboratorio en la década de los ochenta para intentar descubrir el funcionamiento del reloj biológico y comenzaron a experimentar con moscas de vinagre. La investigación duró más de diez años, pero no fue hasta el año pasado cuando el jurado del Instituto Karolinska de Estocolmo reconoció el trabajo de Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young con el Nobel de Medicina del 2017. El éxito de los científicos consistió en revelar que los seres vivos portan en sus células un reloj interno sincronizado con las vueltas de 24 horas de la Tierra.

La comunidad científica solo ha constatado desde entonces la trascendencia de este reloj que regula el sueño, el comportamiento alimenticio, la temperatura corporal e incluso la liberación de hormonas. Si el ritmo de una persona no está en consonancia con su reloj biológico, se multiplica el riesgo de sufrir enfermedades neurológicas o trastornos neurodegenerativos. «Todos nacemos con un reloj en nuestro cerebro que programa nuestras actividades. No es ningún mito que existen personas diurnas o nocturnas. Conocer el lugar al que pertenecemos multiplicaría las aptitudes y la productividad». El catedrático de Fisiología de la Universidad de Murcia, Juan Antonio Madrid Pérez, defiende la importancia de reconocer la naturaleza de cada persona para exprimir al máximo su rendimiento.

En esa línea, la última investigación de la prestigiosa revista Scientific Reports es reveladora: el reloj interno del 50% de los estudiantes de la Universidad de Illinois está desincronizado respecto a los horarios de sus clases y tiene un impacto real en su rendimiento académico. La correlación del estudio demuestra que los resultados son más desastrosos si existe un mayor desfase entre quienes se levantan mucho más temprano de lo que dictaría su reloj interno.

Un letargo que arrastran durante todo el día, lo que implica que el desajuste afecta hasta el final de la jornada. «Es una irresponsabilidad que no exista un análisis social exhaustivo que adapte los ritmos biológicos a las personas», según la doctora en neurociencia del CNIO María Pedraza. Esta experta considera que el reloj biológico debería tenerse en cuenta desde la edad escolar. La privación de sueño es peligrosa, pero no se pone en valor las necesidades de las personas vespertinas que alcanzan sus mayores niveles de rendimiento por la tarde.

En la escuela

Los horarios escolares están definidos en base a un organigrama bastante inflexible que favorece un orden social lógico, pero ignora necesidades concretas. «El sueño tiene ciclos y es necesario pasar varias veces por ellos. La memoria se consolida mientras dormimos, es ahí donde se cierra el circuito del hipocampo, que es el que establece y genera la memoria. Romper esos ciclos es peligroso hasta el punto de causar desórdenes psiquiátricos. ¿Qué hacemos con las personas que trasnochan porque su cerebro rinde más por la noche pero madrugan por obligación?», afirma Pedraza.

Empresas multinacionales tipo Google o Amazon estudian el comportamiento humano y ya desarrollan programas para fomentar la flexibilidad de horarios entre sus trabajadores y para conseguir equilibrar la satisfacción personal con el máximo rendimiento. En España es aún algo embrionario, pero empresas relacionadas con la creatividad empiezan a adoptar este tipo de modelo que prioriza el reloj biológico de sus empleados.