Las palabras que se ofrecen dos personas al encontrarse son un diamante cristalizado en siglos. Nada más civilizado que un saludo. Nada nos aleja tanto de la selva como una palabra amable entre dos hombres a los que Naturaleza empuja a devorarse las entrañas. Nosotros le llamamos saludo porque los romanos se decían salutem , es decir, se deseaban salud, del mismo modo que los griegos se decían jaire , alégrate, y que los árabes de las mil y una noche se deseaban selam aleik , la paz sobre ti. Cada raza se ofrece lo que más estima. Nosotros nos decimos hola , que es un anglicismo que vaya usted a saber qué diablos significa. Ven con Dios se decían aún algunos ancianos cuando yo era niño. Pero qué se dirán en estos días por los pasillos de la XV Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático los tipos de los que depende el destino del planeta. Qué tendrán estos hombres en más estima. La salud, la alegría, la paz o enviarnos pronto con algún Dios. Ellos deciden. Poco nos resta a nosotros, salvo hablar de ello. Pero hay que hablarlo, porque, a pesar de lo que usted pueda leer estos días en la prensa, el asunto no es de progres ni de apocalípticos. Nos incumbe a todos. Es solo que estamos tan acostumbrados a mirar el mundo cruzados de brazos que, si alguna vez alguien decide actuar en favor de algo que en verdad importa, nos quedamos tan extrañados que no sabemos ni cómo llamarle y le decimos activista , que suena como a niño hiperactivo o a detergente de lavadora. Yo no soy muy activista, la verdad, sino más bien un mejillón solitario. Pero un mejillón armado de un teclado como un estilete que hoy quisiera clavar en la conciencia de los que callan y de los otros, los que están decidiendo cómo se saludarán las generaciones que aún no nacieron.