Quizá sea algo caro para lo que se estila en estas tierras nuestras (y aquellas vecinas) de solana y paramera. O quizá no. Porque Ciudad Real no es Badajoz. Estar a pie de AVE algo tendrá que ver con ciertas carestías. Se lo preguntaré a Antonio García Salas que --además de economista, pluma de este periódico y gourmet de prosapia emparentada con los calsots-- es fogonero máximo de nuestras ansias de tren. En todo caso, a mí me pareció que los 53 euros que pagué (mejor debería decir que pagó este periódico) resultaron bien servidos. Aprovecho para saludar al señor director, otro Antonio. Mío Cid, en este caso.

Ciudad Real es, como todas, buena tierra para comer (si se sabe dónde). Aprecio la sencilla rotundidad de sus fogones. Me gusta parar en esos apeaderos del hambre que jalonan las carreteras de antes. Quesos, por supuesto. Berenjenas de Almagro que Dios procure que no nos falten. Las muy ilustradísimas migas manchegas. El quijotesco pan de cruz. Entre las ensaladas y los gazpachos, las pipirranas. Sopas vueltas valdepeñeras. ¿He dicho Valdepeñas? Digo sol y digo uva en el camino de Ruidera. Eso y más. Duelos y quebrantos. Salpicón de vaca. Perdiz roja. Todo a tiro, y acabáramos.

El patrón de los cazadores es San Huberto. Un gabacho al que le barrunto cara de ajo y apetito menguante como corresponde a quienes alcanzan la santidad y, por tanto, probado quedó que no conocieron gula alguna ni aún cuando lactantes. San Huberto y la leyenda del ciervo crucífero. Los cazadores. La perdiz roja. Y el restaurante asador San Huberto… ¡Quedó cerrado el círculo!

Sin rodeos. Considere usted comer en San Huberto si pasa por Ciudad Real. Quizás encuentre alternativas más económicas si de lo que se trata es de invitar a su suegra, pero, si lo suyo es pecar de gula sin estrecheces (solo o en compañía de otros), San Huberto es el sitio mejor. Magníficas carnes de caza (en temporada preferentemente), soberbios pescados (repitan conmigo,... merluza de pincho, lubina salvaje, bacalao skrei,…), mariscos de lágrima fácil… y asados. Asados de verdad, en horno de leña. Quede lo de «a baja temperatura» para los restaurantes del quiero y no puedo; léase chichinabo.

Todos los gunners comen aquí. Pero no se asusten. En tripadvisor leo que es un restaurante «recomendable para LGBTQ»; y aunque a estas alturas todavía no sé qué cosa pueda significar la última letra del entramado, prometo en mis próximas aventuras culinarias (del latín culinarius, me refiero) investigar sobre este curioso asunto. Hasta el día de hoy no sabía que hubiera restaurantes y por ende, culinarias, en función de la orientación sexual de los comensales. Salvo algún que otro desayuno en la cama que medio tolero, suelo preferir comer sentado. Pero lo prometo (por las lentejas de la Armuña y los garbanzos de Fuentesaúco). Y, de paso, aprovecho para saludar también al presidente de la Academia Extremeña de Gastronomía, Don Francisco Saúco.

Al plato. Terrina de foie con láminas de chocolate y frutos rojos, viera gratinada y cochinillo al horno. El asado, perfecto. Indudablemente los pregoneros de San Huberto no mienten. Varios comedores. Todos ellos elegantemente decorados y delicadamente atendidos. Con cierto perifollo para los que tengan tendencias (¿sexuales?) al lujerío. De postre una sopita de chocolate blanco con bizcocho de pistacho y helado de coco. Al vino me invitaron (Yuntero Reserva 2010). En general, una deliciosa pitanza. San Huberto es uno de esos lugares donde se da culto a las mejores viandas, sobre todo ese cochinillo asado que bien pudiera emparentar con familias tan relumbrantes como la del besugo de Elkano, la del el atún rojo de almadraba de El Campero o la de las puntillitas a la plancha del FM granadino (de las que tan bien me habla el morrito más fino de esta tierra nuestra, José Manuel Gordillo). Dicho queda. Volveré.