El Ayuntamiento de Cáceres enterró ayer al indigente que fue asesinado el sábado. Le enterró en soledad, ya que no han podido encontrar a algún familiar al que comunicarle la noticia. Quizá sea ese el objetivo de los vagabundos, vivir sin nadie y morir solos. Con esta historia he recordado a Santiago , o al menos he conseguido rescatar una parte suya de mi memoria.

Siempre con abrigo, aunque la ola de calor se estampara contra su cuerpo. Tenía unos grandes ojos, arropados por una poblada barba y todavía puedo dibujar en mi mente aquellas manos sucias y teñidas por el sol, con unos dedos que no terminaban nunca, hasta perderse entre las hojas de un libro o una revista. Siempre estaba leyendo. Libros con títulos olvidados, publicaciones caducadas. La metáfora de su vida. Mis amigos y yo solíamos hablar con él. ¿Qué tal Santi?", le preguntábamos cada día al pasar por el parque, "no me interrumpáis, dejadme solo, que estoy en lo mejor", contestaba señalando la lectura que tenía entre las manos. No sabíamos nada de Santiago, de dónde procedía, por qué había llegado hasta allí, ni siquiera si era ese su verdadero nombre. Rara vez manteníamos una conversación más larga de diez minutos con él y cuando la cosa se ponía interesante solía apuntar amablemente hacia los renglones que le aguardaban, recordando que estaba en lo más interesante de su lectura. Una vez le preguntamos --maldad infantil-- que si estaba tan solo quién iría a su entierro. Santiago perdió su mirada y respondió: "Nadie, pero es lo mismo, porque yo tampoco pienso ir al de ellos". Luego cogió su libro y nosotros le dejamos solo, para no interrumpirle en su lectura. La soledad, a veces, no es la ausencia de gente a tu alrededor. La soledad, en ocasiones, es que los que te rodean no sepan nada de ti.