TMte admira la capacidad de José Saramago para hacer correr ríos de tinta y zarandear un poco la materia gris del personal. Sus presagios sobre la dilución de Portugal como una autonomía junto al resto de naciones y regiones peninsulares han levantado ampollas en el país vecino y han pasado casi inadvertidos por aquí. Puestos a hacer geopolítica ficción sobre la reintegración de Portugal al redil español, deberíamos despejar algunas dudas de esta provocación veraniega. La primera es si los portugueses deberían dejar de hablar su lengua, si seríamos los españoles los que empezaríamos a aprender portugués o si se establecerían comunidades lingüísticas diferenciadas, como en Bélgica o Suiza. Los precedentes apuntan a que el castellano intentaría ser la lengua oficial en todo el territorio y se impediría que los portugueses se pasaran de la raya en el amplio sentido del término. Tal vez algunos españoles se enfadarían muchísimo cuando vieran a los políticos nacionalistas lusos expresarse en su idioma y les gritarían para que hablaran en cristiano. Imagínense las protestas de quienes viajaran a Lisboa y volvieran indignados porque los habitantes de allí se expresaban en su dialecto y no en la lengua común. Así que, querido José, aunque sólo sea como forma de proteger la maravillosa lengua en la que escribes, lo mejor será dejar las cosas como están, porque esto de la pluralidad cultural no tiene todavía muchos adeptos y sí que hay muchos que creen que su lengua, su cultura y su manera de vivir es la mejor del mundo mundial. Además, para llevarse bien con el vecino y apreciar su cultura no es necesario absorberlo.