Nicolas Sarkozy ya tiene la foto: es el primer líder extranjero en viajar a Japón tras el terremoto y el posterior seísmo que asoló el país. Aunque logró más fotos dos semanas atrás recomendando huir a sus nacionales, desplazando su embajada y alimentando la alarma que Tokio intenta aguar. En Japón, donde las formas lo son todo, le recibieron ayer con educación.

Sarkozy llegó a Tokio para dar "testimonio de la solidaridad de Francia con el pueblo japonés". Trajo, además, planes ambiciosos: una nueva regulación mundial sobre la energía nuclear cuyos estándares deberán aprobarse antes de fin de año y una reunión en mayo de los países del G-20 que allane el camino a la conferencia de junio del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA).

Al presidente francés le antecedieron en Tokio dos expertos de Areva, la agencia nacional nuclear, para asesorar a sus colegas japoneses en la crisis de la central de Fukushima. Francia es una potencia nuclear: de esa fuente extrae el 75% de su electricidad, el mayor porcentaje del mundo. La reunión con el primer ministro nipón, Naoto Kan, fue necesariamente corta, porque a este se le adivinan urgencias mayores.

NIVELES ALTOS DE RADIACION Diplomacia al margen, la jornada devolvió el debate de la zona de exclusión en torno a la central, después de que en un pueblo situado 40 kilómetros al norte se detectara una radiactividad altamente peligrosa. La medición reveló lecturas de dos megabecquerels por metro cuadrado, el doble del nivel que aconseja la evacuación. El OIEA, órgano de la ONU que carece de poder vinculante, recomendó al Gobierno "examinar cuidadosamente la situación".

Las presiones le llegan a Tokio por frentes múltiples. Greenpeace también aconsejó huir de la zona, especialmente a niños y embarazadas. Incluso la agencia nuclear nipona ha recomendado a las autoridades la ampliación de los límites. Estados Unidos y el Reino Unido han fijado la seguridad a partir de 80 kilómetros. La oposición, extinguido ya el pacto de no agresión, llama irresponsable al Gobierno.

Tokio sigue impermeable. "No creo que sea algo que requiera una acción inmediata", dijo ayer el incansable portavoz gubernamental Yukio Edano, quien a medida que avanza la crisis gana aceptación entre los japoneses. "De todas formas, seguiremos examinando los niveles de radiación y reaccionaremos cuando sea necesario", prometió.

Los especialistas difieren. Robert Gale, experto en radiación y asesor de Tokio, opinaba recientemente que la zona de exclusión es una decisión arbitraria y que no hay razonamientos científicos para juzgar escasos los 20 kilómetros. Para James Cole, físico de la Universidad de Tsukuba, el riesgo es innegable. "No depende de la distancia sino de la concentración de partículas en el aire. El asunto se complica más cuando se encuentran en el suelo, como es el caso. La vida media del cesio-137 es de 30 años. Por supuesto, cuanto más te alejas, más se dispersa. Pero si las emisiones continúan, se tendrá que ampliar a los 80 kilómetros. Mucha gente deberá irse. ¿Y adónde?", se pregunta.

También lo hace el Gobierno. La franja de 20 kilómetros obligó a realojar a 70.000 japoneses. Junto a los desplazados por el seísmo y el tsunami, suman más de 400.000 personas en refugios temporales pobremente acondicionados. Entre los 20 y los 30 kilómetros permanecen unas 136.000 personas, a quienes se ha aconsejado irse o encerrarse en casa.

DETECCION EN ESPAÑA Tokio persevera en su discurso contemporizador sin que cale en la escena internacional, que cada día detecta radiación en latitudes más lejanas. Incluida España, donde las estaciones radiológicas del Consejo de Seguridad Nuclear en Barcelona, Bilbao, Cáceres y Sevilla han registrado valores "insignificantes y sin ningún peligro para la salud" de isótopos de yodo y de cesio.

Tampoco lo ve claro la población. En un signo de los tiempos que corren, un niño nacido en la provincia de Fukushima cuatro días después del seísmo fue sometido antes a un medidor de radiación que a la consulta del pediatra. "Estoy asustadísima", confesó la madre a Reuters.

Los operarios en la central de Fukushima siguen luchando por evacuar el agua contaminada que encharca los reactores antes de que se siga filtrando al mar, donde la radiactividad bate récords diarios. Por ejemplo, ayer se registraron niveles que multiplican por 4.385 los permitidos, y se detectó yodo radiactivo en aguas subterráneas 15 metros bajo la central. El futuro de la planta no ofrece dudas: será desmantelada. Así se lo confirmó el primer ministro Kan al líder comunista japonés, Kazuo Shii, según declaró este.