"Ayer se nos fue un ángel. Ayer se no fue Lola, nuestra Lola, se fue como ella había sido, despacio, sin molestar, sola, sin el cariño de su familia. Aunque ya con sus 96 años, casi era ya hora de partir hacía la luz. Eligió o más bien, la eligió a ella, el peor momento para dejarnos. Es imposible describir con palabras este dolor. En estos tiempos que nos ha tocado vivir, esta maldita epidemia tan mal gestionada por nuestros gobernantes que dejan morir a nuestros mayores solos, sin ser arropados por sus familias, sin un adiós. Solo deseo que todo esto pase pronto, que paren ya los muertos, que aprendemos de que no se puede recortar ni en Sanidad, ni en residencias y que se pidan las responsabilidades a quien corresponda por tantas negligencias y que nunca jamás tengamos que volver a pasar por esto".

El grito de Carmen Seco sobre la muerte de su suegra tiñe de dolor este miércoles vacío de la vacía Cáceres. Y en el recuerdo siempre la eterna Lola, cuyo relato de vida es este:

José García Llama era carabinero, un guarda de frontera que se casó con Dolores Corchado Galán , hija del practicante de Navas del Madroño Francisco Corchado Sanguino y de Asunción Galán Corchado , que eran primos hermanos y que además de Dolores tuvieron dos hijas más: Julia y Francisca . José García era natural de Mollina (Málaga) y a Dolores la conoció en Garrovillas. Ocurrió que en Garrovillas vivía la hermana mayor de Dolores, Julia, y con frecuencia Dolores se trasladaba de Navas a Garrovillas para ayudar a su hermana en la tareas del hogar.

En la misma calle donde vivía Julia residía Nati Sánchez , que era la hija del sastre y que con el tiempo se convertiría en la taquillera del Cine Capitol. Nati y Dolores se hicieron muy amigas. Resultó que un compañero de José había sido padre, por lo que invitó a su amigo al bautizo, una fiesta a la que acudieron igualmente Julia y Dolores, de manera que no tardó en surgir el flechazo.

Del matrimonio entre José y Dolores nació la única hija de la pareja, Dolores García Corchado , a la que todo el mundo conocía como Lola. La pequeña nació en Navas del Madroño por casualidad. A la niña la esperaban en Nochebuena pero se presentó el 26 de noviembre de 1923 coincidiendo que Dolores había ido a pasar unos días al pueblo aprovechando que José, su marido, se encontraba concentrado en uno de los puestos a los que le habían destinado.

Desgraciadamente la felicidad de la pareja duró muy poco. Los habían destinado a Piedras Albas cuando en 1930 a José le sobrevino la muerte y a Dolores no le quedó otra opción sino la de enviar a su hija al colegio de huérfanos de carabineros que había en Madrid: el colegio La Divina Pastora, un edificio que ocupaba los números 112, 113 y 114 de la calle Santa Engracia, muy cerca de Cuatro Caminos.

En aquel colegio Lola cumplió los 7 años. Era La Divina Pastora un centro femenino muy disciplinado: en fila para acudir a clase, en fila para ir al comedor, en fila para salir al patio... Allí no había barullos, las monjas --Sor María entre ellas-- cogían en brazos a las niñas más pequeñas, que dormían en habitaciones grandes, con tres camas a un lado y tres camas al otro.

Cuando empezó todo el follón de la guerra, las monjas ya no vestían con hábitos: se pusieron babis y lucían melenas cortitas mientras en Madrid se sucedían manifestaciones y la revolución agitaba las calles. Para entonces las internas no salían al paseo matutino de cada domingo en el que daban la vuelta a la manzana porque las puertas del colegio estaban hasta arriba de guardias y ellas permanecían en aquella jaula dorada para evitar cualquier posible contratiempo.

Entretanto, Dolores se ganaba la vida en Navas del Madroño: hacía punto, bordaba, cosía mantelerías... y esperaba ansiosa la llegada de su pequeña, que venía a verla en Nochebuena, Semana Santa y verano. Pero Madrid estaba como estaba y el riesgo para las huérfanas era tan alto que Lola, con 12 años, volvió a Navas del Madroño. La economía no era boyante y madre e hija debían ganarse la vida, de manera que se vinieron a Cáceres para velar del cuidado de los hijos del médico de Navas, don Emerenciano Moreno , por todos conocido como don Paco , que se habían trasladado a estudiar a la capital. Eran dos hijas y dos varones: Adela , Isabel , Teodoro y Rafael , que como su padre también se hizo médico.

Todos vivían en un bajo de tres dormitorios, alacena y cocina del número 46 de la calle Parras. Como Dolores era amiga de una maestra del Perejil, a veces Lola asistía a las clases de aquel centro escolar, pero la cosa duró poco porque enseguida transformaron ese colegio en hospital de guerra. Madre e hija superaron la contienda y a lo largo de esos años nunca pasaron necesidades, al menos alimenticias, porque la mujer de don Emerenciano siempre mandaba desde la Nava huevos, la cántara de leche, carne asada...

El infortunio llegó cuando los hijos de don Emerenciano terminaron el curso de 1942. Dolores comenzó a sufrir hemorragias y el médico le recomendó reposo. Comoquiera que los dos hijos mayores de don Emerenciano ya habían acabado el bachiller y debían trasladarse a la universidad, poco sentido tenía continuar en Cáceres. De modo que durante los cuatro años restantes Lola se empleó a fondo en el cuidado de su madre en Navas del Madroño, donde ambas habían regresado. Lola se ocupaba de su madre, pero también de llevar el sustento a casa: cosía mantelerías, hacía gancho, punto, se pasaba horas ante una máquina de confección de medias para ganarse la vida honradamente y entregarse por entero al cuidado del hogar.

El 11 de julio de 1947 Dolores dijo adiós. Días después, el 20, Lola se marchó al albergue Santa María de Guadalupe que la Sección Femenina dirigía en Valencia de Alcántara. Allí trabajó como pinche de cocina hasta que finalizó su contrato el 24 de octubre de aquel mismo año.

Decidió entonces venir a Cáceres. Tenía 23 años y ella quería demostrar que podía ganarse la vida por sí misma, ahora que ya no tenía ni padre, ni madre, ni hermanos... La casualidad de la vida quiso que aquel día de su llegada a la ciudad se encontrara con una amiga que estaba empleada como niñera en la Casa Grande. "Lola, ¿por qué no te vienes?, mira que la señora no está contenta con la doncella que tiene", le comentó su amiga.

Y Lola no se lo pensó. Superó la entrevista de trabajo y tras el 'sí' le dijo a la señora si podía incorporarse a su puesto después del Día de Difuntos, ya que era el primer Día de Difuntos sin su madre y Lola quería acudir al cementerio a honrar su memoria. El 5 de noviembre de 1947 Lola entró a trabajar en la Casa Grande como doncella de doña Julia Higuero López Montenegro , sobrina de don Gonzalo Montenegro , casada con don Eduardo Gutiérrez Torres de Castro , hijo de doña Társila Torres de Castro , dueña y heredera de la imponente Casa Grande de la calle Pizarro. La hermana de don Eduardo se llamaba Angelines y estaba casada con don Benedicto Arias .

En la Casa Grande Lola se convirtió en primera doncella de doña Julia y don Eduardo. Se ocupaba de abrir la puerta, atender el teléfono, la plancha, la mesa, tener la ropa a punto, vigilaba que la merienda estuviera lista para cuando marquesas o condesas acudían a la partida de cartas vespertina... Era preciosa aquella casa, con sus cocheras,

Su primer piso, su segundo, su tercero, su cuarto, su quinto... Eran preciosos sus salones, aquel ambiente idílico y maravilloso que dentro se vivía y que en ocasiones era propio de un cuento de hadas... A la hora de la comida, Lola, como primera doncella, llevaba la fuente a la mesa, la segunda doncella se ocupaba de las salsas, la tercera del vino, el agua y los bollitos de pan que milimétricamente ordenados se ponían sobre aquellas mesas para 4, 12 o 24 comensales.

Todo era bello en la Casa Grande, sus mantelerías dispuestas en cajones con notas sobre cada una de ellas para no repetirlas en virtud de los invitados, las vajillas de plata, los cubiertos de plata, los juegos de té y de café también de plata, la bandeja pequeña de plata para los telegramas, la más grande para los periódicos que cada día llevaba Leoncia porque los señores estaban suscritos al Extremadura... Leoncia llegaba con todos los periódicos cubiertos con un hule para que no se mojaran si llovía. Y nunca se le oyó a Leoncia una queja por su trabajo, y mira que le cayó agua y le cayó calor, pero ella siempre tenía una sonrisa y un "gracias a Dios" cuando entraba en casa de los señores.

Las doncellas de la Casa Grande disponían de una habitación con armario que habitualmente compartían cuatro de ellas. En invierno dormían en una de las dependencias que había en las torres de la casa, en verano lo hacían en las habitaciones que tenían ventanas a ras del suelo, que daban a la calle Pizarro y que eran ideales para combatir las altas temperaturas. Pero en verano lo cierto es que poco paraban los señores en Cáceres, porque aquellos meses los pasaban entre Santander y San Sebastián. En Santander acudían durante 15 o 20 días a la villa de Milagros Pombo , que era familia del señor, de procedencia santanderina, aunque la mayor parte del tiempo transcurría en San Sebastián.

Lola trabajó en la Casa Grande hasta que en el año 1955 conoció a Rufo Bote Corral . Había sido Lola una mujer a la que nunca le habían interesado los novios. Entregada al cuidado de su madre y su trabajo, no tuvo tiempo ni de ir al baile ni de ir al paseo. No era tampoco Lola una mujer para casarse con un hombre del campo porque Lola era una dama primorosa y delicada que soñaba con otro tipo de relación. Un día, cuando Lola se disponía a hacer el pedido por teléfono a la marisquería Castaño que estaba en la calle Corte, frente al Alvarez, una de las Castaño le dijo: "Mira Lola, a ver si puedes enviar a alguien a por el pedido porque a un camarero lo tengo de baja y el otro está con la limpieza general".

Lola consultó a la señora y ésta le dijo que por qué no acudía ella misma a la marisquería. Así que salió Lola de la Casa Grande y cuando iba tan campante por Pintores se encontró de cara con dos guardias civiles. Uno de ellos era Lázaro Bueno Arroyo , destinado en la oficina de la comandancia pero que durante muchos años estuvo en Navas del Madroño.

En esto que al ver a Lola, Lázaro --que iba acompañado de Rufo-- le pidió que aquella tarde asistiera al cumpleaños de su hijo, que se celebraba en la casa de San Juan en la que vivían. Lola tenía dudas sobre si podría acudir a la cita porque los señores tenían previsto ir al campo y siempre se llevaban a una de las cinco doncellas que había en la casa. Aquella tarde, por fortuna, a Lola la destinaron exclusivamente a la plancha, así que cuando terminó su tarea, a eso de las seis, le dijo a Epi , la cocinera, que estuviera al cuidado de la puerta, que ella se marchaba a aquel cumpleaños del hijo de Lázaro que cambiaría su destino para siempre.

Rufo Bote fue al cumpleaños pero él y Lola no cruzaron palabra hasta que pocos días después recibió la primera carta del guardia desde Alía, localidad en la que estaba destinado. Tras esa carta recibió Lola hasta tres misivas, pero a ninguna de ellas contestó. Sin embargo, el guardia no la iba a dejar escapar, así que un día del mes de junio llamaron al timbre de la Casa Grande y allí estaba Rufo Bote, su guardia. "¿No ha recibido usted mis cartas?", le preguntó con insistencia. Lola, sonrojada, contestó con un 'no'. Pero Rufo, persistente, sentenció: "No diga usted que no, que su cara dice que sí".

Llegaba el verano, y como siempre, Lola se marchó con los señores a San Sebastián. Al número 3 de la calle del Triunfo de la capital donostiarra seguían llegando cartas de Rufo. Y algo cambió en Lola, que de pronto se enamoró de aquel guardia que desde un principio sí puso sus cartas sobre la mesa, le dijo que era viudo, que tenía tres hijos... Chico lío se montó en la familia, "¡con un viudo, con tres hijos!", le decían. Pero era tan fuerte el amor que pasados 15 días de su regreso de San Sebastián Rufo y Lola contrajeron matrimonio a las nueve de la mañana de un sábado, tempranito porque aquel día don Emeterio tenía entierro en San Mateo y no podía demorarse. Vivieron en Cáceres y en Malpartida y tuvieron dos hijos: María Dolores y José María .

Lola era abuela de tres nietos: Sergio Daniel , David y Elena . Vivía de sonrisas, emociones y recuerdos. Su memoria, imbatible al paso del tiempo, no olvidaba aquellos años en Piedras Albas, la imagen de su padre, su madre con la costura, el colegio de niñas huérfanas de Madrid, el revuelo de la guerra y aquella bellísima Casa Grande, con sus mantelerías, su bandeja de plata para los telegramas... aquella Casa Grande donde el amor, sin buscarlo, apenas sin quererlo, llamó a la puerta una mañana de junio dispuesto a quedarse a su lado para siempre.