Alberto Soler y Concepción Roger acaban de publicar su segundo libro: ‘Niños sin etiquetas’, en el que nos hablan de las principales etiquetas que les ponemos a los niños (buenos o malos, vagos, listos, consentidos…) y de las consecuencias que estas tienen en su desarrollo (lo limitan enormemente). Hablamos con Alberto sobre esto y, como no, sobre esta vuelta al cole tan atípica en la que, según dice, “se ha priorizado el ocio adulto en detrimento de una vuelta a las aulas segura”.

-Alberto, leyendo vuestro libro te das cuenta de que efectivamente etiquetamos constantemente a las personas, pero sobre todo a los niños. ¿Por qué lo hacemos?

-Las etiquetas forman parte de la forma de funcionar normal de nuestro cerebro. El mundo es muy complejo, tiene tal cantidad de información que nos cuesta procesar, y para intentar manejarla, el cerebro utiliza algunos “atajos” para simplificar esa realidad y la hacen más manejable. Son muy útiles en diversos aspectos de la vida, pero cuando estas etiquetas las ponemos sobre las personas puede tener consecuencias negativas sobre ellas.

-Está claro que si lo hacemos es porque pensamos que las etiquetas son inocuas, sin embargo, tienen graves consecuencias… ¿cuáles serían las más importantes?

-Cuando las aplicamos sobre las personas, las etiquetas tienen dos grandes problemas: el primero, es que resultan muy fáciles de poner, pero cuesta mucho quitarlas. En el refranero tenemos muchas referencias a eso: “créate la fama y échate a dormir”, “por un perro que maté, mataperros me llamaron”, etc. Y el segundo problema es que, una vez alguien tiene puesta una etiqueta, tiende a comportarse de acuerdo a esa etiqueta que le han puesto. Eso le resta libertad a la persona y condiciona su desarrollo: el “mal alumno”, acabará comportándose mucho más como “mal alumno”, el “movido” como “movido”, y así con todo.

-Etiquetamos como malos a aquellos niños más movidos, con, quizá, una personalidad más retadora, que hacen valer más sus opiniones o deseos, y de buenos a aquellos que siempre nos obedecen. Sin embargo, nadie quiere que su hijo de adulto obedezca a todo lo que digan, todo lo contrario, queremos que hagan valer sus puntos de vista y sus necesidades… Es muy incongruente, ¿no?

-Totalmente, es algo sobre lo que no me canso de insistir. En los talleres que realizo con familias, en un momento determinado, les suelo preguntar cuáles son para ellas las características definitorias de los “niños buenos”. Y prácticamente siempre se menciona cómo primera característica la obediencia. Pero más adelante, cuando a esas mismas familias les pregunto cómo les gustaría que fueran sus hijos en un futuro, nunca nadie me ha mencionado la obediencia. Nunca. Si queremos que nuestros hijos de adultos sean asertivos, que hagan oír su voz, que no se dejen pisotear, que se rebelen ante las injusticias... quizá deberíamos aceptar estas mismas actitudes cuando son pequeños. A veces, los problemas que encontramos con los adolescentes, no vienen tanto de la “desobediencia” como de la obediencia: se les ha educado para obedecer, y llega un momento en el que dejan de obedecer a sus padres y pasan a obedecer a su grupo de iguales: cuando les ofrecen un porro, cuando les proponen algo que no les conviene... quizá en lugar de ser obedientes deberíamos enfocarnos más en desarrollar el pensamiento crítico.

-En el libro también hablas de las etiquetas de género y de cómo educamos diferente a nuestros hijos en función de su sexo… ¿Con estas etiquetas le estamos haciendo un flaco favor a la igualdad de oportunidades de la que deberían gozar de adultos?

-Estas son las más peligrosas. Educamos y socializamos de manera diferente a las niñas y a los niños; tenemos unas determinadas expectativas para unos y para otras, que les condicionan en su desarrollo. Seguimos educando a las niñas, casi sin darnos cuenta, para la apariencia, para complacer, para no dar problemas, para hacerse a un lado cuando sea necesario. Y a nuestros hijos para el éxito, para hacerse respetar, para ser escuchados, para ser líderes, para no mostrar debilidades. Obviamente normalmente no hacemos esto de manera consciente, lo hacemos todos (y yo me incluyo, claro) mediante pequeños gestos, comentarios, decisiones... que de manera aislada parecen irrelevantes, pero cuando vemos la fotografía completa nos damos cuenta de sus implicaciones. ¿Acaso pensamos que el techo de cristal surge de la nada?, ¿que la violencia de género es casual? De aquellos polvos vienen estos lodos.

-Alberto, ¿qué es lo que más te preocupa de esta vuelta al cole tan atípica?

-Me preocupa todo, la seguridad para peques y profes, y también las dificultades de conciliación y los efectos a corto, medio y largo plazo que va a tener esto sobre las madres. Y sí, digo madres y no padres, porque están siendo ellas las que se están viendo más afectadas por esta situación. Y es que no hemos hecho los deberes a tiempo. No nos cansamos de decir a nuestros estudiantes que deben llevar sus asignaturas al día, que no lo dejen todo para el último momento... y precisamente a las puertas de un curso tan complicado como este, resulta que lo hemos dejado todo para el último momento. La dirección de los centros, el profesorado, las familias, el alumnado... todos estamos desconcertados. Me preocupa también la evolución de la pandemia, por supuesto, necesitamos una vuelta a las aulas segura. Pero también humana, en la que los alumnos puedan recuperar esas relaciones y esa cotidianidad que han perdido durante tanto tiempo. La OMS define la salud como un estado completo de bienestar a nivel físico, mental y social, y no solo la ausencia de enfermedad. Llevamos desde marzo preocupándonos mucho por la salud física, pero la mental y la social han estado muy desatendidas. Y eso debe cambiar. La salud va más allá de no contagiarse de un virus.

-Hace poco publicabas un tweet en el que mostrabas tu disconformidad con cómo se están haciendo las cosas. ¿Nos hemos olvidado de las necesidades de los niños? ¿En qué actos crees que se ve de una forma más evidente?

-Sin duda, he hablado mucho sobre eso durante estos meses. Los niños han sido los grandes olvidados de la gestión de esta pandemia. Les encerramos en casa a mediados de marzo y estuvieron así más de cinco semanas, mientras veían como hasta los perros tenían más derecho a que les diera la luz del sol que a ellos. Abrimos bares y terrazas, pero tardamos mucho más en abrir los parques infantiles. Les acusamos de ser “supercontagiadores” en contra de toda evidencia. Se ha priorizado el ocio adulto frente a una vuelta al cole segura, porque la situación de rebrotes que tenemos ahora es, sin duda, una consecuencia de las decisiones que se han tomado durante este verano. Si nos hubiera importado la infancia y la educación quizá no habríamos sido tan laxos con los incumplimientos de las medidas de seguridad y con los excesos del ocio nocturno.

-A los niños que están sufriendo las consecuencias a nivel educativo de la pandemia ya se les ha etiquetado como “niños Covid-19”. Pero supongo que, más allá de las consecuencias académicas hay otras…

-Es probable que las haya, pero todavía es pronto para saberlo. Una buena gestión puede y debe minimizar el impacto que todo esto pueda tener sobre la infancia. Esperemos que sea así, pero cada vez soy más pesimista al respecto.

-La escuela es el lugar donde se compensan todas las desigualdades… Lo que está ocurriendo va a abrir aún más la brecha entre “ricos” y ”pobres”?

-Por supuesto, esto ya está ocurriendo. No todos los confinamientos han sido iguales; esta situación ha afectado muchísimo más a los niños de familias con menos recursos, con padres que han tenido que teletrabajar o acudir a sus puestos de trabajo, mientras sus hijos tenían que seguir de manera online el ritmo de las clases sin apenas ningún apoyo o acompañamiento. Niños de familias desestructuradas para quienes la escuela era su principal fuente de estabilidad. Muchos niños no es que no tengan tableta, es que no tienen internet en casa, padres dispuestos o capaces de ayudarles o incluso un lugar en el que poder trabajar. A esos niños es a quienes más les afecta todo esto, y quienes más necesitan que las escuelas abran de manera presencial y segura. Les hemos desatendido. Y ahora debemos compensarles con todo el esfuerzo que seamos capaces de hacer para que recuperen la estabilidad perdida. La educación a distancia y las tabletas deberían quedarse en un mal recuerdo derivado de toda esta situación, no ser una opción a considerar si esto va para largo, que es lo que parece.