Los primeros papas eran elegidos en animadísimas asambleas de los cristianos de Roma. A medida que la figura del sucesor de San Pedro adquirió importancia social y política, el pueblo presentaba las candidaturas, los nobles las evaluaban, los sacerdotes opinaban y los obispos elegían.

La idea de reunir a los electores del Papa bajo llave la introdujo Gregorio X en 1274, elegido tras 33 meses de encierro de los cardenales en un palacete de la ciudad de Viterbo. Hartos de tantas disputas, los habitantes de la localidad, primero no dejaron salir a los cardenales, luego les racionaron la comida y, al final, empezaron a descubrir el techo del edificio. Hacía frío y las votaciones acabaron pronto.

Desde entonces los electores se enclaustran, lo que no impide las disputas. Hasta el siglo pasado, las familias nobles de Roma y las potencias católicas (Francia y España) metían mano en la elección. Un cronista del siglo XVI escribió que el periodo durante el que la sede permanecía vacante era el mejor para desquites, robos, venganzas e incluso secuestros y violaciones de mujeres. En la historia ha habido dos e incluso tres papas simultáneos, elegidos por facciones políticas diferentes.

Los cambios

En la época moderna, las normas electorales han cambiado poco. Pablo VI (1963-1978) excluyó a los cardenales de más de 80 años y estableció un máximo de 120 electores, aunque Juan Pablo II ha abolido temporalmente este tope. El tercer y último cambio importante data de 1996: los cardenales dormirán por primera vez en una residencia situada dentro de la Ciudad del Vaticano. Tras su remodelación, el viejo hospicio de Santa Marta equivale a un buen hotel de tres estrellas. Tiene 107 apartamentos con dormitorio, baño y saloncito, 20 habitaciones individuales y un restaurante.

Por primera vez los cardenales no dormirán acampados en los aledaños de la Capilla Sixtina. El cambio resuelve las incomodidades que Wojtyla y sus electores sufrieron durante el bochornoso verano de 1978. Las cerca de 200 personas encerradas contaron aquel año con un cocinero, cuatro ayudantas, seis lavabos, un orinal para cada uno y habitaciones hechas con tabiques de madera, la mayoría sin ventanas y, de tenerlas, las tenían cerradas y lacradas.

Los papas de este siglo han sido elegidos con el mismo sistema de votaciones que se usará en los próximos días. Los cardenales nombrarán tres escrutadores y tres revisores. Cada purpurado recibirá una papeleta rectangular con la frase Yo elijo como Papa y un espacio en blanco en la parte inferior. Una vez emitido el voto, doblará dos veces la papeleta y, teniéndola levantada de manera visible, se acercará a la urna, con la ranura cubierta con un plato. Poniendo a Jesucristo como testigo de que el voto es suyo, el elector colocará la papeleta en el plato y lo vaciará en la urna.

Para el recuento de los votos, la ley indica que primero se zarandea la urna y se cuentan las papeletas, que, de no coincidir con el número de electores, se queman. Si la cifra encaja, los escrutadores leerán después una a una las papeletas, pero sólo el último pronunciará el nombre. Cada papeleta será después perforada con una aguja e hilvanada. Para ser elegido se necesitan dos tercios de los votos. Pero si tras 30 votaciones nadie los alcanza, basta la mitad más uno.