--¿Por qué no come usted Sr. Peducassé?--Acabo de oír decir al camarero que las chuletas tienen albahaca.--¿Y... qué?--Ramos de albahaca llevan al cementerio el día de difuntos, allá en mi pueblo, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Y uno le da no se qué comérsela.--Eso no tiene nada que ver... usted ya es un adulto y sabe que solo es...--Lo que usted diga, pero por mucho que se empeñe, no puedo comerme esas chuletas.Algo semejante a mí me pasa con las setas, el otro interlocutor que nos acompañaba y atacaba su pipa Falcon. Continuó diciendo que las setas las relacionaba con los difuntos, mejor dicho, con Dolores la Mora, no es que fuese mora sino por su piel oscura, sus ojos eran rajados y profundos y su cabello ensortijado. Era en sí misma una tentación lasciva, pero a la hora de la verdad a La Mora pocos hombres se le acercaron en su vida.Tras un silencio de unos minutos nos contó que La Mora aprendió a recolectar setas por necesidad, también recolectaba espárragos, tagarninas, poleo, orégano, collejas y todo lo que luego pudieses vender en el mercado, según la temporá. Cuando hablaba de La Mora lo hacía con una profunda nostalgia: La Mora todo lo hizo en su vida obligada por las circunstancias, porque La Mora quiso salir y no volver nunca al barrio, pero la necesidad le obligó a quedarse.La necesidad desde niña le obligó a salir al monte a por rebusqueo para luego venderlas junto a la puerta del almotacén. La necesidad le hizo que mantuviese a su madre, a su padre inválido de la contienda nacional y a sus dos hermanos, uno de ellos disminuido psíquico, porque dicen que al nacer la matrona le dio un golpe y así se quedó, baboso y con la mirada perdida.XLA MORAx de tanto coger setas en el monte, aprendió a cocinarlas, y no había tascas de la Plaza que no presumiera de las setas de la Mora. Con el tiempo y la fama de guisandera le salió un pretendiente, un señorito entrador de matadero, de esos de pañuelo al cuello y billetes enrollados en faltriquera. La Mora le dejó expedita la calleja de sus muslos, con la pretensión de que algún día la sacara del barrio. Pero el Curro del Mesón anduvo jugueteando con las setas y las carnes, con los sueños y los requiebros, con la necesidad y el hambre, hasta que un día se olvidó de La Mora y todo quedó en promesas.Desde aquello, pasaron los días y los meses y se le marchitaron los sueños y las esperanzas. Solo se quedó con sus setas, sus espárragos y sus collejas. Su historia se iba haciendo a retazos.Cuando conocí a Dolores La Mora ya su piel estaba quebrada y al poco dejé de verla como las mamparas y los anaqueles de las fruterías, carnicerías, verdulerías, pescaderías y especierías del Mercado. Tan solo yo tenía catorce años y la perspectiva de la vida era limpia sin aún nubarrones. Ahora que he estado en aquella plaza tan remodelada que me era difícil identificación los lugares comunes. Y todo se me vino a la memoria por una noticia que encontré en el periódico que leía con un café cortado:"Las calles madrileñas se han cobrado la vida de una indigente en las escaleras del metro de la estación de Callao".