Antes de que el Be water, my friend de Bruce Lee se reconvirtiera en un mantra para vender coches, la proverbial palabra de Huang (Juan) C. Aguilar ya llegaba al gran público en España. Desde el 2000 apareció en varios espacios de TV que le presentaban como abad budista, monje del templo de Shaolin (cuna de las artes marciales chinas) o experto en kung-fu y chi kung, según tocara. En tono sereno, casi susurrante, llamaba a los niños a aprender artes marciales para "forjar su personalidad, controlar emociones y evitar agresiones". Una reflexión que hoy enerva a los shifu, los maestros del kung-fu.

El delegado de kung-fu de la Federación Catalana de Karate, Manuel Gayobart, asegura que Aguilar no está acreditado en la asociación española de referencia. Eugenio Martínez, profesor en un gimnasio de Barcelona desde 1985, ríe al recordarle los tres campeonatos mundiales y ocho españoles que adornan el palmarés del detenido. "Creó su propia asociación y vaya a saber a qué federación minoritaria la vinculó para lograr títulos", dice.

Martínez dice conocerlo de exhibiciones deportivas, donde ya le chocaba su estilo de vida. "Alguien que va en Mercedes, con tres rubias y la música a todo trapo, poco tiene de monje de Shaolin", relata. Enric Parras, cinturón negro 4º dan, coincide: "Parecía usar el kung-fu como una franquicia del McDonald's", argumenta, y "nunca devolvía el saludo".