TSti yo fuera Alfonso Gallardo, me dejaría de refinerías y complicaciones y me compraría una palacete indiano en Asturias para pasar el verano, una dehesa en Extremadura para el otoño, una casona en La Gomera para el invierno y un dúplex en el barrio parisino del Marais para disfrutar de la primavera. Si yo fuera Alfonso Gallardo, entretendría mi tiempo viajando por el mundo de festival en festival: hoy Zalsburgo, mañana Pésaro, al otro Aix-en-Provence... Tendría un jet privado para llegar a tiempo a los estrenos de ópera, un BMW serie 3 para moverme en cada ciudad, un barco anclado en Narbonne para recorrer plácidamente el Canal de Midi y una carroza con alazanes para ir de romería. Invertiría mi dinero en fondos seguros que no me dieran quebraderos de cabeza, compraría obras de arte en Foro Sur para aparecer en la prensa regional como un mecenas culto y exquisito e incluso financiaría algún empeño editorial menor para promover esa imagen excelsa.

Si yo fuera Alfonso Gallardo, procuraría dejarme ver por Extremadura lo justo para que la distancia adornara mi persona con el aura de la lejanía y el misterio de lo desconocido. Subvencionaría algún equipo de baloncesto para que el pueblo me elevara a los altares y daría un par de becas cada año a los niños listos y pobres de mi comarca. Si yo fuera Alfonso Gallardo, ya me habría convertido en un extremeño ilustre e inútil. Afortunadamente, ni Alfonso Gallardo, ni Ricardo Leal, ni José Luis Iniesta, ni Cayetano López, ni Atanasio Naranjo son como yo.