En estos tiempos mediáticos y globalizados que vivimos, la aparición de nuevas enfermedades, el agravamiento mundial de otras, los nuevos medicamentos o el número de muertos en guerras inacabables o en catástrofes naturales son noticias con las que nos desayunamos todos los días. Pero eso no debe dejarnos impasibles ante una amenaza tan grave como es la situación de los millones de seres humanos que sufren, de una manera u otra, las secuelas del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH-sida).

Durante este tiempo la lucha contra el sida de todos los sectores implicados ha conseguido enormes avances. El gran reto, en la actualidad, es el mantenimiento e incremento de ese esfuerzo mediante la acción coordinada. La comunidad científica y los responsables sanitarios han logrado paliar sus devastadores efectos en los países económicamente más desarrollados, donde las campañas de prevención han modificado los comportamientos de riesgo y han conseguido estabilizar la tasa de contagios e incluso reducirlos. Las investigaciones y los nuevos tratamientos han hecho que lo que era una enfermedad mortal pase a ser una dolencia crónica , y han logrado posponer la enfermedad y alargar la vida de los que lo sufren.

¿Pero que ocurre en los países menos desarrollados? ¿Qué esfuerzos se están haciendo en esos desdichados países para conseguir equiparar sus cifras con las alcanzadas en nuestras sociedades desarrolladas? Cuando hablamos de sida, hablamos de más de 70 millones de personas infectadas en el mundo. Cada día mueren 8.200 personas en el mundo víctimas del sida. Así, en muchos lugares del planeta sin acceso a medicinas para prolongar la vida, el diagnóstico VIH positivo es un aviso para la muerte del que lo sufre. Esto sigue ocurriendo en los países pobres, ya que no ha existido una voluntad política internacional para afrontar la epidemia: el Programa ONUsida, loable y eficaz, carece de los fondos necesarios para articular los programas de intervención para prevenir nuevos casos a pesar de haberse mostrado efectivos.

A falta de una vacuna eficaz, las medidas de control tienen que pasar por la prevención y planes terapéuticos. La lucha contra el sida requiere y exige que la base de solidaridad que ha marcado las políticas para hacerle frente en los países desarrollados marque la respuesta urgente y global tan necesaria para acabar con el genocidio que supone el sida en muchas zonas del mundo.

El sida nos plantea un nuevo reto: la globalización de la enfermedad. La respuesta es la del establecimiento de una política de salud pública internacional, liderada por los organismos internacionales. Para algunos parecerá utópico, pero sin embargo esta respuesta se basa en las políticas de protección de los derechos humanos y en la base fundamental de la salud pública, donde el derecho a la salud y a una vida digna son los requisitos fundamentales para la construcción de los demás derechos.

En el caso de la atención a los pacientes el costo de los medicamentos constituye el principal obstáculo tanto para los ciudadanos como para los sistemas de salud. La dura realidad es que estos países no tienen por sí mismos capacidad para hacer frente a los gastos relacionados con la enfermedad. Sus débiles sistemas sanitarios no pueden hacer frente a los programas de prevención, ni mucho menos costear el precio de los medicamentos bien sean estos paliativos o profilácticos y menos aún los costosos antirretrovirales.

En nuestra sociedad de mercado, parece ingenuo romper una lanza en favor de los sistemas públicos de salud. Pero no es tan descabellado el empeño si nos fijamos en los países de nuestro entorno y en el nuestro propio, donde la esperanza de vida de sus habitantes y con una tasa razonable de autosatisfacción entre la población, tenemos y defendemos un Servicio Público de Salud y Seguridad Social.

Los avances de la medicina y la salud pública fortalecen a una población que alcanza más sana la vejez. Las campañas y programas de información y educación sanitaria son la piedra angular de la erradicación o control de las enfermedades. El refuerzo de la vigilancia para detectar de inmediato los brotes infecciosos, y el refuerzo de la respuesta sanitaria, completan esta labor preventiva.

Pero la obtención de niveles de salud razonables entre la población exige esfuerzos coordinados: políticas de vacunación, refuerzo de la atención primaria, prevención de infecciones y epidemias, investigación. De nada sirve el tesón de los organismos sanitarios supranacionales cuando no existe voluntad política de llevar a cabo los programas propuestos. Los gobiernos no interesados desvían la mirada hasta que sus problemas internos se convierten en un caso de interés internacional. Esto es lo que ha sucedido en los países de Africa más afectados por el sida. La enfermedad ha sido obviada hasta que las repercusiones han llegado a ser alarmantes: millones de niños sin padres, la fuerza de trabajo reducida en número y capacidad, y dificultad de controlar el contagio. Una catástrofe económica y social de magnitudes impensables por no haber puesto en marcha los mecanismos de control sanitario de un sistema público.

No hablo de conciencia social. Es el objetivo de los trabajadores sanitarios curar y prevenir enfermedades. Es la obligación de los responsables políticos mejorar las condiciones de vida de la población. Es el deseo de los ciudadanos estar más y mejor cuidados. Es el derecho de todos a un sistema sanitario público y de calidad.

Yo comparto las 4 grandes ideas que la presidenta de honor de Médicos del Mundo esbozó en el año 2001, y que por desgracia aún no se han cumplido o tan solo se han hecho ligeros avances: primera, bajo ningún concepto se debe aceptar la discusión en términos disyuntivos entre prevención o tratamiento. Ambas políticas tienen su campo, su momento y su importancia. La prevención es más eficaz en términos económicos y a largo plazo, pero los planes terapéuticos son fundamentales para aliviar los sufrimientos de las personas ya infectadas, y para mejorar su calidad de vida. Segunda, se deben fortalecer las estructuras de los sistemas públicos de salud, para lo cuál es necesario aliviar la deuda externa de los países que soportan el 95% de los casos de sida. El sida, si no lo paramos, es un obstáculo insalvable para el desarrollo de los pueblos.Ver más