TEtscucho a una mujer mayor en la radio quejándose de que una de sus grandes preocupaciones es el silencio de las bicicletas. Antes, asegura, las bicicletas llevaban un timbre o una bocina que el ciclista hacía sonar para que te pudieras apartar. Ahora no, insiste, ahora las bicicletas dan miedo porque son silenciosas y te pueden atropellar sin que te enteres. Yo también creo en el silencio traidor, en esa ausencia de ruido como arma de destrucción masiva, y avalo la tesis de la anciana en cuanto al pánico de que me hagan daño sin que pueda enterarme. Porque lo único que me reconforta cuando tengo miedo es saber que hay alguien o algo haciendo ruido, porque el sonido es la vida, porque la ausencia de silencio es lo normal. Por eso me ha alegrado el premio Tiflos que ha conseguido la periodista de este diario Toñi Escobero , porque se reconoce el valor de una historia que pretende hacer ruido, es decir, llevar a la normalidad la vida de varios discapacitados psíquicos. Y me alegra doblemente porque Toñi pertenece a una generación de periodistas que consiguieron cambiar la forma de hacer periodismo en Extremadura. Una generación que se repartió entre los dos diarios extremeños y se esforzó por poner bocina a una profesión a la que le costaba entender que las bicicletas tenían que hacer ruido para que no dieran miedo, para demostrar que había vida en las cosas pequeñas. Pero sobre todo, un premio así es un reconocimiento a profesionales que se esfuerzan por escuchar sonidos que pasan desapercibidos y se ilusionan por devolverlos a la vida. Y eso, créanme, en ciudades pequeñas y en medios de comunicación pequeños no es nada fácil. Es como cruzar cada día una calle repleta de bicicletas sin timbre.