TMte pregunto si tiene sentido escribir sobre este síndrome posvacacional ya adentrados casi en finales de septiembre, pero un amigo me citó hace unos días en una terraza de la plaza para hablarme de él. Han comenzado los primeros fríos y el relente de la noche demandaba ya una chaquetilla con la que cubrirse. El iba muy misterioso, hablando como en susurros, poniendo cara de estar compungido o estreñido. Como lo conozco desde hace años lo calé muy pronto.

--Oye, creo que tengo síndrome posvacacional. Volver al trabajo después de estos días en Conil no me ha sentado nada bien.

--Pero bueno, si las vacaciones se te acabaron a mediados de agosto...

--Pues sí, me siento angustiado. Veo la montaña de papeles, la secretaria que me mira de forma aviesa y torticera, no encuentro nunca aparcamiento y me pongo de los nervios cuando veo al jefe. ¿Son los síntomas?

--A ver... ¿Tienes dolores de cabeza constantes y agudos?

--Sí.

--¿Duermes mal? ¿Estás insomne? ¿Tienes angustias y fobias cotidianas? ¿Priapismo matinal?

--¡Sí, sí, sí!

--¿Pequeñas venas varicosas? ¿Incontinencia urinaria? ¿Urticaria o prurito? ¿Angustia vital? ¿Mala leche crónica? ¿Problemas evacuatorios?

--¡¡Sí, sí, sí y sí!!

--Pues macho, creo que sí, que lo tienes. ¿Qué vas a hacer?

--Darme de baja hasta que lleguen las vacaciones, porque esto me dura hasta que vuelva agosto, fijo. Refrán: Cada vez es más habitual el síndrome posvacacional .