El viejo Angelos regenta un taller de reparación de aparatos electrónicos en el centro de Quíos, capital de la isla griega homónima, situada frente a las costas turcas en el Egeo septentrional. Acaba de arreglar un alimentador y ahora vuelve a centrarse en una televisión antigua. «Así que eres periodista», comenta, en tono sereno. «Y, ¿has venido por los refugiados? -prosigue el señor- ¿Por qué no me haces un favor y te los llevas contigo?»

El de Angelos no es un comentario aislado. La solidaridad helena, palpable durante los momentos más crudos de la crisis migratoria, se ha ido desvaneciendo conforme se agotaban las fuerzas y los ahorros, y crecía entre la gente la sensación de abandono por parte de Atenas, primero, y de Bruselas, después. En la pequeña Quíos, de unos 52.000 habitantes y una extensión similar a la de Lanzarote, permanecen varados 3.472 refugiados e inmigrantes, según las cifras proporcionadas por el Gobierno de Grecia a fecha 26 de diciembre. Y no paran de llegar más, a pesar del acuerdo migratorio entre Turquía y la Unión Europea: el pasado día 22, 41 más.

«El acuerdo con Turquía está bien, pero tiene algunas desventajas», afirma el jefe en Grecia de la Organización Internacional para la Migración (OIM), Daniel Esdras. «Por ejemplo, está prohibido llevar a la gente de las islas a la Grecia continental, lo que significa que el número de migrantes puede llegar a ser mayor que el de locales. La gente era muy simpática, abierta y hospitalaria, pero están yéndose al lado contrario», apunta.

Ataques nazis

Fotiní, en la cincuentena, cocinera de un bar en un pueblo de veraneo de Quíos, representa el paradigma del isleño medio: «Antes nos daban pena los refugiados, porque hay que ayudar a quienes huyen de una guerra -señala-. Pero desde hace tiempo la gente de aquí piensa que no son refugiados, que no huyen de la guerra, sino que son gente que se va de sus países porque tienen problemas con el Gobierno, porque son presos. Y ahora la gente tiene miedo».

Este descontento lo están sabiendo capitalizar a la perfección grupos como el neonazi Amanecer Dorado, quienes atacaron con cócteles molotov y piedras el campamento de Souda durante un par de noches a mediados de noviembre. Varias tiendas de ese recinto ardieron y quedaron inservibles, varias familias perdieron su refugio y dos moradores de Souda resultaron heridos.

En el ayuntamiento -a cuyo timón se encuentra el independiente Manolis Vournous- se nota el peso del sentir local: «Los isleños están enfadados con la situación (…) Las condiciones miserables en las que viven refugiados y migrantes, sumada a la indignación local por la delincuencia de algunos criminales que viven entre ellos, dificultan la situación y hacen falta mejores políticas y aplicación de la ley y el orden», explica el alcalde.

Organizaciones humanitarias internacionales denuncian las trabas que les ponen desde el consistorio a la hora de mejorar los servicios ofrecidos a los solicitantes de asilo. Desde el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) aseguran que no se les había dado el permiso necesario para adaptar las tiendas del campamento de Souda al invierno. No se trataba de ampliar el recinto y la capacidad, sino simplemente de ofrecer mejores materiales, en su mayoría almacenados en lonjas de la isla listos para ser instalados.

La situación empeora por momentos y el hacinamiento es cada vez mayor en campamentos de capacidad limitada en las islas griegas frente a Turquía. El sistema de solicitud de asilo es lento y muchos refugiados y migrantes se ven condenados a pasar meses esperando una respuesta. Aunque en Atenas y otros lugares de la Grecia continental la libertad de movimiento y la integración es mayor que en las pequeñas islas del Egeo, la simpatía del griego medio se va evaporando según se van convenciendo de que la situación será permanente.

No obstante, resisten muchos griegos solidarios que tratan de dar una mano, como el empresario Kostas Tanianis: «Mi abuela vino como refugiada del otro lado (de Turquía, durante los intercambios de población del siglo XX). Es algo que me toca de cerca».