Viru Viru puso ayer en escena el drama de Bolivia. El aeropuerto se transformó durante la madrugada en un teatro de la desesperación. A las seis de la mañana partieron en el vuelo 747 de Aerosur los últimos bolivianos que llegaron a Barajas antes de que comenzara a regir el visado. Y mientras estaban en la sala de preembarque, aterrizó en Santa Cruz otro vuelo de la misma compañía, pero con 156 repatriados.

En ese cruce entre los que se iban y los que retornaban quedaba resumido el problema del éxodo. Viru Viru no podía dejar de mostrarlo con sus desgarramientos y paradojas: en el aeropuerto también había norteamericanos. La mayoría viajaban atiborrados de recuerdos de la Bolivia aborigen. Si no vestían un poncho o los gorros de lana que habían comprado era porque el calor los habría derretido más rápido. En cambio, los jóvenes, casi todos de rostros aindiados, llevaban en su ropa signos de la identidad global (Spun spot, American eagle, Dublin rocks), como si en el juego de las apariencias adquirieran mayor respetabilidad ante la mirada de los aduaneros de Barajas.

Emiliano es albañil y tiene la piel cobriza, casi metalizada. Era uno de los pocos que no vestía a la usanza internacional. Tampoco llevaba equipaje de mano, solo su charango. "Dejo lo que más quiero, pero por lo menos me llevo esto", explicó señalando su instrumento. "Mi hermano, que está allá, me ayudó. Haré lo que sea para devolverle pronto el dinero". Así se iban muchos. Compraron sus boletos endeudándose y muchas veces a precios escandalosos. Tuvieron que ahorrar durante años en un país donde el salario mínimo es de 55 dólares (41 euros).

A medida que se acercaba la fecha límite para entrar en España sin visado, el trasiego se hizo más intenso y desnudó no solo las urgencias sociales, sino también la enorme estructura de corrupción e inmoralidad que se alimenta de la necesidad de emigrar tanto en las compañías aéreas como en las agencias de turismo.