El olor a humo es aún intenso. Junto al viejo molino de Molemocho, a orillas del río Guadiana, o de lo que debió de ser el río Guadiana y que ahora es poco más que un barranco poblado de maleza, hay restos recientes de vegetación calcinada. No muy lejos se distingue todavía una fumarola, una columna de humo que nace directamente del suelo. Triste estampa para quien llega por primera vez al parque nacional de las Tablas de Daimiel (Ciudad Real), uno de los 38 espacios que la Unesco reconoce en España como Reserva de la Biosfera.

"A finales de septiembre hubo un fuego. Dicen que lo provocó un incendio subterráneo que avanza por debajo de la tierra y que está ardiendo desde agosto", explica Germán Cañadilla, un lugareño de 51 años. Recuerda los tiempos en que, en ese mismo lugar ahora ceniciento, el Guadiana "era un río anchísimo".

CARBON BAJO EL SUELO El subsuelo de las Tablas de Daimiel se quema. "El substrato de turbas que hay bajo el parque nacional --y también bajo el antiguo cauce del Guadiana, situado a las puertas del parque-- se ha secado, después de años y años de extracción continuada de agua. Ahora, esas turberas, que son de hecho carbón vegetal, han entrado en un proceso de combustión", aclara José Manuel Hernández, miembro del patronato que gestiona el espacio natural y representante de Ecologistas en Acción en Daimiel.

Hernández afirma que los especialistas desconocen cuándo se declaró el incendio y cuál es la superficie quemada. Estiman, eso sí, que en algunos lugares las turbas alcanzan una profundidad de hasta cuatro metros.

El incendio subterráneo ha sido la gota que ha colmado el vaso, el episodio que ha hecho ver a la opinión pública española y de media Europa la delicada situación del parque nacional, para algunos "inmerso en un proceso irreversible". De las 1.928 hectáreas oficiales de las Tablas de Daimiel, actualmente solo hay poco más de 15 hectáreas inundadas. Y lo están porque "desde hace 7 u 8 años estamos bombeando agua del subsuelo".

La que fue la gran reserva húmeda del centro de España, una marisma de una riqueza faunística de primer orden, distinguida por organismos internacionales, ha sucumbido a más de tres décadas de perforación de pozos. Desde 1956, cuando una ley franquista permitió desecar estas tierras para convertirlas en cultivos, han proliferado las captaciones de aguas subterráneas con las que los propietarios de Ciudad Real han podido regar viñedos y olivos, pero también maizales y plantaciones de remolacha, cebollas, sandías y melones. Algunos de estos pozos son legales, están controlados y autorizados. Otros, no.

Para los ecologistas, solo hay una solución: impedir que se siga captando agua y dejar que el conocido como acuífero 23 recupere sus caudales. "Entre todos lo hemos esquilmado", admite el alcalde de Daimiel, José Díaz del Campo, que es consciente de que "hay que poner orden de una vez en todo esto". El mandatario local apuesta por una solución distinta a la drástica propuesta de los verdes. Para atajar el incendio subterráneo, habría que volver a inundar las tablas con un trasvase desde el Tajo. Además exige que se garantice una aportación para las Tablas de "entre 8 y 10 hectómetros cúbicos de agua anuales". Aunque eso no guste a algunos.