TLtos románticos no envejecen, se suicidan. La madurez les parece un tiempo superfluo. Para ellos, lo bueno de la vida está en la adolescencia excitante e indagadora y en la brillantez placentera de la juventud. El resto de la vida, es decir, la madurez, no es más que una prolongación angustiosa y estéril de los años. Se puede recurrir a trampas para engañarse: la pasión, que siempre se acaba; la droga, otra forma lenta de suicidio; el éxito, que pasados los primeros momentos de exaltación, te arroja al vacío; la religión, pero exige la fe y además pospone el paraíso; la política, que tras el fracaso de las utopías también ha eliminado el paraíso inmediato...

Ante el vacío de una linealidad temporal insoportable, el hombre ha optado por lo cíclico, se ha marcado hitos, noches viejas, para poder tener la sensación de que un tiempo se acaba y otro comienza, de que un día concreto, Año Nuevo, todo puede empezar a cambiar. Pero pronto descubre que se trata de un engaño protocolizado.

Algunos románticos privilegiados asisten un día a la revelación: "Sólo tu capacidad para los pequeños goces cotidianos te puede salvar: la charla, el paseo, la lectura... Busca el silencio interior". Y entonces descubren el yoga, el tai-chi, la meditación oriental, que hacen furor en Extremadura y no son otra cosa que el retorno de la religión, pero cambiando la idea de comunidad por la de individualidad. Hay otra solución, abjurar del romanticismo y de la realización personal y sobrevivir sin esperar nada. A idealistas, orientalistas, nihilistas... Feliz Año Nuevo.