Alejandro Talavante, de forma harto sorpresiva, anunció el pasado domingo su retirada de los ruedos, «por tiempo indefinido», aclara. Probablemente sea ese tiempo indefinido un paréntesis, pues a eso conducen las disquisiciones que podamos hacer acerca de quien es un hombre muy joven y de un torero tan importante como él, que bien sabe, él el primero, que le quedan muchas páginas por escribir de ese libro abierto que es la Tauromaquia.

Uno tiene muchos recuerdos de este torero. Tantos como tantos aficionados extremeños que tuvimos la suerte de verle nacer al toreo, y comprobar con gozo, y a no mucho tardar, que se había convertido en primera figura indiscutible. No es cuestión de jerarquías, pero Alejandro ha sido uno de los toreros verdaderamente importantes que ha dado Extremadura. Solo el ha abierto la Puerta del Príncipe, y cinco veces ha salido a hombros en Madrid.

Esa mente tan firme que ahora dice que se va, es la misma que una tarde noche, cuando era novillero y le ninguneaban en los carteles de la Feria de Abril, sin ningún pudor y por lo bajini se arrancó para decirnos: «Yo estoy aquí para ser figura del toreo». Y vaya si lo estaba, y vaya si lo iba a ser. Y otra noche, cuando el protagonista principal de una entrega de premios era un compañero, al verse en un lugar secundario en ese acto no dudó en arrancarse de la siguiente guisa: «No te olvides de que, con un solo muletazo, yo he abierto la Puerta del Príncipe». Hacía referencia a aquel natural interminable e inmortal que le abrió aquel pórtico. Esa certeza en si mismo siempre le ha acompañado en cuanto a su arte, aunque tal vez no en cuanto a los vaivenes de su carrera taurina.

Alejandro nos ilusionó casi de niño. Casi de niño tenia ya esa timidez de la que siempre ha hecho gala, pero también aquella mirada tan inteligente. Siempre han sido poquitas sus palabras, pero siempre fueron las adecuadas. Su hablar pausado, preciso, era todo lo contrario de la verborrea muchas veces imperante. No era muy comunicativo, pero era un joven cálido, en ningún caso antipático. Se hacia querer, y también respetar, y más cuando se echaba la muleta a la mano izquierda.

Una vez nos arrancamos en una crónica, y contábamos que una cosa era torear, que era lo que hacia Talavante, y otra era dar pases, que era lo que hacía ya no recordamos quién. Aquello a algunos les molestó, pero justo eso ha sido lo que ha distinguido el toreo de este diestro: torear, que es abarcar toda la embestida del toro.

Se presentó de novillero en Madrid en marzo de 2006, salió a hombros un compañero y el Tala, que solo saludó una ovación y escuchó palmas, fue quien dio que hablar. Aquella tarde estuvo Antonio Corbacho en las Ventas, y de allí salió el apoderamiento. Volvió en el San Isidro inmediato y, sin abrir la puerta grande, salió lanzado. También hay que decir que Alejandro nunca tuvo que dejar a Corbacho, y que, probablemente, ese ha sido el gran error de su carrera.

Uno estuvo en Cehegín la tarde de su alternativa. Con dieciocho años, tan precoz, Alejandro se doctoró. Tarde triunfal aquella, que fue el inicio de un matador de toros que inmediatamente se puso en lo más alto. Triunfos que se iniciaron en el Corpus de Granada, y tuvieron continuidad.

Llegó la temporada de 2007. El Domingo de Resurrección, en Madrid, confirmó la alternativa con El Juli de padrino y José María Manzanares de testigo. Y al sexto, un manso del Puerto de San Lorenzo, Talavante le cortó las dos orejas para así abrir, por primera vez, la Puerta de Madrid. Un manso, uno de los muchos que después llegarían, pues cabeza tan preclara siempre se ha distinguido por saber ver, y encontrar, el fondo de los toros, y hacerlo alumbrar para cuajar faenas que han quedado para el recuerdo. Después, han llegado un sin fin de ellas, en todo el orbe taurino, pero especialmente en Madrid, plaza que siempre ha entendido la verdad y la grandeza del toreo de este diestro tan especial.

El toreo de Talavante siempre se ha basado, primero, en la inteligencia. Él es un torero que se distingue por una cabeza preclara, capaz de ver al toro y sacar de él lo mejor, a veces entrando en lo profundo de animales que nadie veíamos. Después, el suyo ha sido un toreo de muy clásico concepto. Con algunas concesiones a lo sobrevenido, pero siempre partiendo de que primero es hacer el toreo de verdad.

Su verdad ha sido siempre la de pasarse los toros cerca, de torear con los vuelos, pero no para desplazar al animal hacia fuera. Su final de muletazo ha sido siempre un paradigma, el mejor de su época. Ese remate tan perceptible y delicado, ese giro de muñeca muy atrás, ha sido lo que ha dado a su toreo un aura de grandeza tan consustancial. Ese remate, que le ha permitido ligar las series de muchos pases y dar a su toreo intensidad y emoción. Si uno se para a descubrir ese aparente enigma, se da cuenta de que su toreo es de una maestría casi inalcanzable. Su torear encajado, la serenidad con la que está, a veces lo desafiante de ese estar, tan de verdad, tan metido en el terreno del toro... ¿Qué quieren que les diga? Pues que a muchos nos ha hecho mejor aficionados de lo que éramos, porque en Talavante hemos visto una vuelta de tuerca en la evolución del toreo, respetando el buen gusto y la fidelidad a los patrones clásicos, pero avanzando en la profundidad, en la longitud del muletazo, que, en este joven extremeño, a veces nos ha parecido eterno, porque de la gran longitud del trazo nos daba la impresión de que el toreo se tornaba más, y más lento.

En una maestría y en una belleza sin igual ha sido en lo que ha desembocado el toreo de Alejandro. En sus últimas temporadas, esas sensaciones nos acompañaban cuando íbamos a verlo y a disfrutar de ese arte tan depurado, tan rotundo.

Que esta retirada solo sea un paréntesis. Lo deseamos de corazón y así creemos que va a ser. La retirada de Talavante, como él dice, «por tiempo indefinido», estamos seguros que va a ser temporal. Responde, como creemos y así lo hemos publicado, a una necesidad y a una respuesta a un establisment taurino de empresarios-apoderados que, o mucho nos equivocamos, van a ser quienes acaben con la Fiesta.

A nosotros solo nos queda aguardar. También saber esperar a un torero tan grande como Alejandro Talavante. Esa es nuestra pena, que se ha ido, pero también nuestra esperanza, porque volverá.