De negro luto y azabache vistió Ortega Cano en su esperada reaparición. Solemne en el paseíllo y solemne toda la tarde oliventina, que resultó desapacible en extremo. No había calor en el ambiente pero sí lo hubo en el corazón de los aficionados que llenaran el bello coso, los cuales arroparon en todo momento al torero cartagenero. Como cuando le obligaron a saludar al final del desfile inicial. O como cuando también le jalearon en diversos pasajes de sus faenas. Seguro que el torero agradecerá la tarde vivida ayer.

No se encontró cómodo el diestro con el jabonero que saltó al ruedo en primer lugar. Lo intentó a la verónica y también en el quite, que remató con una media de bella factura. Y tras un emotivo brindis al cielo, inició una faena en la que hubo poco acople. Le pesaba, seguro, la responsabilidad.

Tras ese primer toro comenzó una pertinaz lluvia que deslució el festejo. El cuarto fue un toro muy noble y con él Ortega se sintió en diversas fases de su faena. A media altura, corrió al toro de Cuvillo la mano con suavidad, logrando tandas en redondo ligadas. Mató de una buena estocada y paseó un apéndice.

El otro protagonista

El extremeño Antonio Ferrera no defraudó porque puso en todo momento una entrega que es consustancial a él. Tuvo un lote muy manejable y entendió a sus toros, sin echarse cuentas del estado del ruedo, a veces y por zonas, poco propicio para el lucimiento. Pero subo sobreponerse e hizo olvidar al público, por momentos, la lluvia y las incomodidades.

Bien con el capote y espectacular, como siempre, en banderillas, clavó los palos con suficiencia. Y tanta tuvo en el sexto que el público le hizo colocar un cuarto par. Después con la muleta supo dar sitio a sus toros, enganchándolos por delante para llevarlos largos y, tras dejarles la muleta puesta en la cara, pudo ligar las tandas.

Enrique Ponce tuvo el peor lote de la tarde porque a ambos toros les faltó fuelle. Su primero fue un bello astado de capa melocotón. Brindó, como después haría Ferrera, a Ortega Cano, pero el toro se puso violento y al final se paró. Noble el quinto, también fue un burel muy a menos, aunque el valenciano logró alguna tanda estimable. Habría cortado la oreja si no le hubiera recetado una estocada atravesada. A los acordes del hermoso pasodoble que lleva el nombre de la ciudad, que sonó en el último toro, finalizó un serial que es todo un ejemplo de cómo una ciudad, Olivenza, puede lograr una gran proyección apelando a sus raíces: apelando al toro.