Estaba claro que nadie podría permanecer indiferente ante semejante noticia. En un par de días, el escritor alemán y premio Nobel Günter Grass ha pasado de ser autoridad moral y una de las figuras más respetadas del país a ser el blanco de todas las críticas. Su pecado, haber tardado 60 años en confesar su pertenencia a las Waffen SS, el cuerpo de élite de las SS cuya misión era proteger a Hitler. El escándalo saltó el pasado sábado, cuando Grass anticipó en una entrevista con el Frankfurter Allgemeine este "detalle" incluido en su nueva autobiografía, Pelando la cebolla , que se publicará en septiembre.

De poco parece servir ya que Grass aclare que era casi un niño fascinado por el nazismo, que no disparó un solo tiro o que no estuvo implicado en ninguna de las deplorables misiones relacionadas con el Holocausto que realizaron otras unidades del mismo cuerpo: su silencio es motivo suficiente de decepción para muchos.

Walesa, en contra

Las reacciones críticas llenan las páginas de los diarios alemanes. Ayer, por ejemplo, resaltaban las duras declaraciones de Lech Walesa, expresidente de Polonia y premio Nobel de la Paz, que ha pedido que se retire al escritor la mención de Ciudadano de Honor de su ciudad natal, Gdansk, que recibió en 1993. "De haberse sabido que estuvo en las SS --aseguraba--, nunca habría recibido esta distinción. Lo mejor sería que él mismo renunciara a ella". Muy crítico se ha mostrado también el académico Klaus Theweleit, que acusó a Grass de ser "un adicto a la publicidad" que solo quiere vender su nuevo libro.

Entre sus compañeros de profesión, la opinión está dividida. El mejor ejemplo se encuentra en el club de escritores Pen, del que Grass es miembro de honor. Mientras que el Pen Club checo considera la posibilidad de retirarle el premio Karel Capek que recibió en 1994, el presidente del Pen en Alemania, Johanno Strasser, insiste en que el autor de El tambor de hojalata nunca ocultó su pasado y califica el debate como "juego terrible". Los que le apoyan recuerdan que Grass no negó haber intentado ingresar voluntariamente en las juventudes hitlerianas o haber participado en la guerra (hasta ahora sus biografías decían que había sido auxiliar antiaéreo). Además, siempre ha reconocido su fascinación juvenil por el nazismo y ha contado a menudo que hasta los juicios de Núrenberg no dejó de creer que el Holocausto había sido una invención de los aliados.

Pero sus detractores no perdonan el silencio y la discusión da vueltas sobre cuándo debía haber confesado. El momento de silencio que pocos le perdonan es la visita de Helmut Kohl y Ronald Reagan, en 1985, al cementerio de soldados de Bitburg, en el que hay enterrados algunos miembros de las Waffen SS. En aquel momento, Grass criticó este acto