TTtarde de toros en Castuera. El sol no se entretiene con disquisiciones y noquea la llanura decidido, como debe ser en una tarde de corrida. La plaza portátil está a la entrada del pueblo. En las afueras, en un hotel de carretera que parece recién estrenado, los toreros compran agua mineral y descansan en calzonas. Son toreros sin mucho apellido. Uno se llama Aníbal y el otro, José. También se anuncia un rejoneador portugués: Rui Rosado. El hotel tiene un nombre más rimbombante que el de los diestros: Barón del Pozo. Presume de estucados florentinos, puertas de forja, terraza con fuente de mármol que no la hay en todo Castuera y sillas diseñadas, firmadas, plastificadas... En fin, un estilo-no estilo imposible de definir, pero que gusta a los matrimonios en el chocolate con churros dominguero, en el rato del partido panorámico, en la espera a los novios en las bodas.

Hay locales así, historiados, relucientes, deslumbrantes en Almendralejo y Llerena, en Azuaga y Fregenal... Esos pueblos grandes y ricos de Badajoz donde el dinero corre alegre gracias a la producción intensa de aceite, chacina, quesos, vino o cordero. Una viajera fina y madrileña que toma café en la barra comenta con su marido un detalle que la indigna: "Fíjate, la camarera despacha en chándal". Era verdad, no resultaba muy propio, pero uno de los torerillos se acercó, pidió más agua mineral, aprovechó para mirarla de arriba abajo mientras ella se volvía, luego le sonrió y la muchacha se sintió orgullosa de su chándal, de su hotel y de Castuera.

*Periodista