Antes podías tener una tendencia a algo, porque tus tendencias te pertenecían. Podías con ellas tender a alto o a bajo, a chistoso o a serio. Hoy las tendencias se ciernen sobre ti. Te arrastran y te involucran, las tendencias se han convertido en lugares donde vivir, leer, escribir, pintar o cocinar, como si fueran una casa. Te toca habitar obligatoriamente en ellas, así que lo mejor es aceptarlo y actuar como si estuvieras cómodo, casi en zapatillas y, ¡hala!, a convivir. Admite que te gustan los espacios vacíos como forma de arte. Reconoce que un pedrusco cualquiera resulta magistral y adquiérelo a un precio que resultaría exagerado si no fuera tendencia. Permite que tu dinero público se emplee en bloques transparentes, en bolitas de papel maché o en pagar sueldos inexplicables a quienes se presentan como ejes de la mismísima tendencia. Asiste a una ecoconferencia sobre tendencias actuales y comenta después lo interesante del asunto --por cierto, inexistente--. Compra el último libro que nada dice y admira en el museo de arte moderno de tu ciudad esa reciente exposición sobre asientos huecos, que son metáfora y poesía --tendencias naturales de los asientos--. Te supongo interesado, de modo que atrévete a más: indaga en las tendencias emergentes --emerger es el top de la tendencia-- y acércate a Madrid Fusión. Conocerás al emergente del año. Se llama Yoshiro y viene de Tokio. Prueba la sopa de serrín y virutas de cedro que cocina --¿o construye?--. Dicen que, si esperas a paladear el segundo sorbo, sabe a paisaje. Y no pienses en nada. Corres el riesgo de estropear tu proceso creativo. A ver si te pasa como a Ferrán Adriá y tienes que cerrar dos años para reponerte.