No hay una sola pelota por las calles y plazas de Tordesillas. Ni bolsas del cole que improvisen una portería. Alejandro, Diego, Hugo y unos cuantos más juegan a hacer cortes, a evitar el toro que interpreta uno de ellos con un salto seguido de un hábil movimiento de espalda. "Mis padres están muy cabreados. No hay derecho, esto se hecho toda la vida". Esto a lo que se refiere uno de los chavales, de 8 años, es el Toro de la Vega, que por orden de la Junta de Castilla y León, no podrá celebrarse. El pueblo se resigna. Pero es una abdicación muy entre comillas, pues si hasta la fecha aguantaban el chaparrón de críticas, amén de algunos incidentes previos al torneo, este año soportan también el veto a 500 años de lo que ellos, a diferencia de una mayoría que lo ve como un acto cruel y sanguinario, consideran cultura y tradición.

El alcalde del pueblo, el socialista José Antonio González, pasea junto a un grupo de forasteros. Responde a este diario poco más que monosílabos. "¿Qué cómo lo llevo? Póngase en mi lugar y sabrá cómo me siento". Se queja de los medios "que han venido a calentar el ambiente", e invita a "preguntar al Constitucional" sobre el recurso que el ayuntamiento ha interpuesto contra el decreto ley que ha privado al pueblo del acto central de su fiesta mayor. Amable, pero se masca su resentimiento.

TORNEO CON DÍAS CONTADOS

Nadie podrá lancear al toro, pero sí habrá toreo a cuerpo limpio, cortes y carreras. En un recorrido que, según los tordesillanos, será más peligroso que el propio Toro de la Vega, un torneo que, a modo de ver de una mayoría de nativos, habría acabo desapareciendo con los años; y no demasiados. Susana, miembro de la peña El Oasis, recuerda que pasada la rotonda, una vez cruzado el puente sobre el Duero, el astado "entra en su terreno y ahí tiene ventaja". En campo abierto, en suelo arenoso, "puede correr a 20 kilómetros por hora, el doble que una persona, y sin apenas lugares para refugiarse". Por eso advierten a cuantos crean que al ser ancho y espacioso, el peligro se queda en las estrechas calles de Tordesillas, desde donde partirá el morlaco, un Domeq de más de 600 kilos.

Juan explica el sentir local con una comparación. "Tú eres catalán, ¿verdad? Imagínate que nos plantamos 200 en el pueblo en el que nacieron los 'castellers' y que a media construcción empezamos a gritar que eso es una barbaridad, que un niño no debería estar ahí arriba jugándose la vida. ¿Cómo se sentiría esa gente? Pues así llevamos nosotros 15 años". Javi, de casi dos metros, es más práctico. "Mira, lo que pasa es que nos hemos equivocado. Llevamos muchos años aguantando de todo. La estrategia era evitar responder, no entrar al trapo de los gritos e insultos. Pero ahora pienso que igual lo hemos hecho mal, porque ellos han ganado y nosotros nos hemos quedado sin el toro. Quizás deberíamos haber sido más contundentes desde el principio".

SIN NADA QUE PERDER

La presidenta del PACMA, Silvia Barquero, aseguraba el viernes a este diario que el partido animalista no tiene intención de presentarse este martes en Tordesillas, a pesar de que mantienen su rechazo a cualquier evento vinculado con la tauromaquia. Aún así, el dispositivo será el mismo que en el 2015, esto es, unos 250 agentes y dos helicópteros que este lunes ya sobrevuelan la zona. Aquí se les tiene ganas a los animalistas. Más que nunca. Y ya no lo disimulan porque han perdido lo único que les podían arrebatar. Así lo expresarán en una manifestación prevista este martes a las 10, una hora antes de que se suelte al morlaco.

Así las cosas, mientras en ediciones anteriores se daba por segura la llegada de medio millar de detractores del Toro de la Vega, este año, su concurso, es un misterio. Aunque sí está confirmada la presencia del boxeador y animalista Javi Roche, conocido como Chatarras Palace, que en las redes sociales ya se ha dejado ver tomando un café en un bar del pueblo. Hizo un llamamiento a la razón y prometió "no ser cómplice de una batalla campal". Así sea.

Este martes se cumplirán 50 años exactos del veto franquista al Toro de la Vega, que duró cuatro años. Julio, de 70 años, vecino de Tordesillas de toda la vida y exempleado de la Nestlé, se acuerda de aquellos tiempos. "No hubo nada, ni encierro ni nada. Muy triste. La gente no se da cuenta de que esto es un torneo en el que tanto puede ganar uno como otro. Yo me considero animalista, pero esto no tiene nada que ver". En cualquier caso, sea una lanza en público o en el corral una vez terminado el paseíllo, al astado le espera la misma suerte: la muerte tras el espectáculo.