Todos los psicólogos consultados coinciden: o el golfista Tiger Woods ha sido vilmente timado o no es un adicto al sexo, sino un simple marido infiel que se presenta como víctima ante una sociedad tan puritana como la estadounidense. Seis semanas de terapia parecen a todas luces insuficientes para rehabilitarlo de un trastorno tan complejo como la hipersexualidad. La psicóloga Marga Carreño, especialista en adicciones sociales, lo tiene claro: "Un programa completo dura tres años, sin garantía absoluta de cura. En menos tiempo no se puede hacer nada más que sacar dinero a los ricos. A una terapia de este tipo se llega motivado y consciente de la fatiga inmensa que te espera. Pero muchos famosos van a un hotelito un poco especial y montan su farsa para redimirse ante la opinión pública".

La adicción al sexo es algo mucho más serio. A las consultas llegan hombres que se masturban 30 veces al día, ya sin eyacular y lacerándose el pene. O que visitan páginas porno 14 horas diaria. O que se gastan millones en líneas eróticas. O que arruinan su vida familiar porque se pasan las horas en los prostíbulos, consumando citas anónimas sin parar o entregados al turismo sexual. El sexo les procura segundos de placer y horas de sufrimiento. En la novela Asfixia, el escritor estadounidense Chuck Palahniuk describe el mundo de los adictos al sexo: "Es gente a la que le das la mano a diario. Ni feos ni guapos. Te subes en el ascensor con ellos. Te sirven café. Te rompen la entrada del cine. Te ingresan los cheques. Te dan de comulgar".

Todos necesitan mucho tiempo para salir del abismo, así que cuando Michael Douglas, David Duchovny, Pelé o Hugh Grant abandonan ufanos esas clínicas milagrosas, los más listos sospechan que se trata de una estrategia para mantener sus contratos publicitarios y los más torpes se preguntan por qué ellos no pueden sanar en tiempo récord. Tiger Woods salió a pedir perdón, como si hubiera ofendido a la sociedad y lo ocurrido no fuera solo asunto suyo. Un elemento más de confusión para los verdaderos enfermos, los mórbidamente retraídos o los excesivamente banales, en una heterogénea gama que va del onanismo incontenible a la pederastia, del donjunaismo feroz al voyeurismo obsesivo, del exhibicionismo a la violación.

Analicemos el programa que, según la prensa, ha seguido Woods en la clínica Pine Grove Behavioral Health and Addiction Service de Hattiesburg (Misisipí), después de que su esposa, Elin Nordegren, descubriera sus infidelidades y le destrozara el Cadillac con un palo de golf. La primera fase del tratamiento duró 48 horas y consistió en un diagnóstico por medio de un test de 45 preguntas disponibles en www.sexhelp.com. La segunda fase, el llamado Programa de tratamiento residencial, consistió en una terapia psicoanalítica con sesiones individuales, grupales y clases de psicoeducación. En la tercera fase mantuvo una consulta médica semanal, terapia de comportamiento cognitivo, trabajo empírico de trauma y mecanismos para prevenir recaídas. Luego llegó el Disclosure day (día de las revelaciones) en presencia de su mujer. Y ya está. Unas lágrimas, unos fármacos, un cheque de 46.000 dólares y a casa.

Sexoadictos

Ahora comparémoslo con el fatigoso trabajo al que se enfrentan los sexoadictos en el Centro para el Tratamiento y la Rehabilitación de Adicciones Sociales (Cetras) de Valladolid, un centro pionero dirigido por el doctor Blas Bombín. Un médico de 54 años, casado y con tres hijos, que prefiere mantener el anonimato, describe así su titánica lucha contra la adicción: "No quiero venir a la terapia, porque me da vergüenza mirar a la cara a los compañeros y a los psicólogos, pero también es una liberación. Llevo un año y medio y empiezo a entender qué me pasa. Mi desorden se manifiesta en un ciclo compulsivo de preocupación, ritual, desesperación y culpa. No podía dejar de masturbarme a todas horas con pornografía en internet. Cada vez siento menos miedo, menos temblores, menos mono. Aún me queda un largo trabajo para que mi voluntad sea más grande que la tentación. Pero he vuelto a hacer el amor con mi mujer, para lo que estuve incapacitado. He desenterrado capas de mi infancia, he visualizado cómo usaba el sexo solitario para enaltecer mi ánimo. La adicción sexual básicamente es egoísmo y debilidad. El adicto al sexo se obsesiona en satisfacer sus necesidades a costa de los que le rodean".

Según el doctor Patrick Carnes, el primero en investigar a fondo con mil adictos sexuales, este trastorno esconde la misma falta de autoestima y debilidad emocional que otras adicciones sociales, como el alcohol, el juego, las compras o el móvil. "El problema --indica el doctor Bombín-- es que un alcohólico no puede volver a probar una gota ni un ludópata puede volver a jugar, pero ¿y un adicto al sexo? Para muchos es la mayor preocupación cuando entran. El objetivo, que solo se logra con perseverancia y compromiso, es recuperar una vida sexual normal".