El cielo de noviembre está gris y está triste, pero al menos está limpio de coches que vuelan. No podremos decir lo mismo durante mucho más tiempo, porque los alumnos del Instituto Tecnológico de Massachussets han patentado un coche volador que piensan sacar al mercado por el año próximo. Mirar al cielo será mirar un atasco ferruginoso, aunque al menos le han puesto un nombre poético al invento: Terrafugia, es decir, lo que huye de la tierra, lo cual tiene su lógica, ya que cualquier invento que funciona no es más que un artificio que nos ayuda a huir de esta condición de animales terrestres. Si fuéramos tan civilizados como presumimos ser, ordenaríamos de inmediato que la comunidad científica se parara en seco y que en vez de perder tiempo y dinero en inventos chorras --que con un poco de suerte acaban por sobrevivirnos--, se concentraran en ingeniar algo contra la vejez y contra la muerte, único invento por el cual el hombre sería digno de llamarse Rey de la Creación y único que haría que me levantara del sillón y corriera a la farmacia. Por los demás inventos no merece la pena que nos den notable en inteligencia; si acaso, un suficiente en pretecnología. Con razón, un día en que a Lisa Simpson se le hacía la boca agua hablando a propósito de la inteligencia de Edison , su padre le replicó que no sería tan inteligente, cuando está muerto. Y es que los dibujos animados nos sacan ventaja en las cosas que importan: ellos jamás se ven envejecer ante el espejo ni, cuando salen sus hijos por la mañana, se preguntan si acaso sea esa la última vez que los ven. Cualquier invento que no intente eliminar esos demonios es andarse por las nubes.