El terrorismo que sufren muchas mujeres a manos de sus parejas supera a cualquier otro terrorismo. A veces he pensado en las razones para esta diferencia de tratamiento y he llegado a la conclusión de que la clase política y mediática ve como algo muy lejano el terrorismo machista y ve otros, menos importantes desde el punto de vista de la estadística sanguinaria, como algo más cercano. Por eso unas víctimas tienen nombre y otras no, unas tienen funerales de Estado y otras son asignadas con el número de expediente del año en curso. Hay quien no se explica por qué hay tantos varones que maltratan a sus parejas y cómo hay 80 que mueren cada año. En cambio la explicación es más sencilla de lo que parece: todo nace de la trivialización de la violencia. Desde la más tierna infancia vemos como natural que los niños jueguen a matar aunque nos escandalizarían otros juegos. La pedagogía del ojo por ojo impregna toda la filmografía de Hollywood y va calando como un modo natural de actuación. Los niños llegan a adolescentes tras llevar varios años emulando a tipos con catanas que descuartizan enemigos, se ensalza el prototipo del personaje malote y los chulitos graciosos se hacen los dueños del gallinero. La frase violenta sale con facilidad de cualquier boca y ya no se distingue lo real de lo ficticio. 559 mujeres han muerto por terrorismo machista desde 1999: más del doble que por cualquier otro terrorismo. Sería el momento de plantearnos la erradicación de todas las formas de difusión de la violencia, pero pasen por cualquier juguetería, lean el contenido de los videojuegos y verán cómo se divierten las generaciones futuras.