TEtl mal de muchos nunca ha sido un buen consuelo, a menos que se convierta en referencia para la esperanza, o quiera significar apoyo o solidaridad o, sencillamente, el ofrecimiento de un hombro donde apoyar la angustia.

El miércoles pasado, Francisco Rodríguez nos sorprendía, supongo que a muchos, hablándonos de su "maldito cáncer", en su columna Textamentos . El escritor no quería "atrincherar sus miedos bajo el burka de la discreción" ni "dar consideración de íntimo (y por lo tanto sagrado)" a esta enfermedad de la que tantos tenemos que dolernos.

Mi primera intención fue enviarle un correo electrónico, pero decidí que yo también huiría de esa intimidad en la que él no ha querido refugiarse. Curiosamente, cuando leí su columna, me disponía a escribir sobre otra enfermedad, el sida, que muchos ocultan por miedo a la discriminación y al estigma. Susang Sontag analizó magistralmente, en La enfermedad y sus metáforas , los prejuicios y las fobias que suelen acompañar a ambas dolencias. Sin embargo, afortunadamente para los enfermos de cáncer, las cosas están cambiando, porque se cura, al menos el que tiene Francisco Rodríguez, en una proporción elevadísima de casos.

Mi yerno salía de un linfoma de Hodking en la misma época en que me contaron, en secreto, que un conocido se había contagiado del VIH. ¿Cuánto dolor añade el silencio? Ya sé que el mal de muchos no es consuelo, pero seguro que a Francisco le sobran ahora referencias sobre personas curadas de su "maldito cáncer", e inyecciones de ánimo, y hombros donde buscar apoyo. Aquí tiene también el mío.