Una funeraria de San Juan (Puerto Rico) ha cumplido los deseos de la familia de un delincuente asesinado a tiros en un presunto ajuste de cuentas. Y el deseo no era otro que el joven y exquisito cadáver fuera velado a bordo de su querida motocicleta, una Honda estampada con los colores de la multinacional Repsol. La noticia, publicada hace unos días en Internet, me dejó descolocado durante los segundos que tardé en percatarme de que el tipo subido a la moto con cara de velocidad que se veía en la fotografía, inmortalizado a su vez por una niña pequeña, hacía horas que había exhalado su último aliento. El cronista nos informa de que la motocicleta no fue enterrada junto a su propietario, que había sido embalsamado y vestido de rapero para el acto.

Como diría Bob Dylan , los tiempos están cambiando . Esos cambios serán sutiles, pero difíciles de olvidar. Hace unas semanas asistí a una boda "amenizada" por una banda de apasionados instrumentistas franciscanos que no cesaron de castigar guitarras, violines, flautas y maracas durante dos interminables horas. (Alabo el buen oído de quienes consiguen escuchar la voz de Dios bajo semejante alud de notas discordantes).

No logro asimilar este giro en la dinámica de costumbres que hasta hace poco se distinguían por su solemnidad. No soy fervoroso de las tradiciones, pero ya que hay que sufrirlas las prefiero a la antigua: sin espectáculos estridentes. Reniego de velorios que se convierten en museos de cera y de bodas que se confunden con una romería. Morir y casarse son actos dramáticos que la buena educación aconseja practicar con respetuoso silencio.