TEtxiste un tipo de veraneante que emprende julio o agosto con la única intención de llevar una vida paralela. Lejos de cualquier aventura, busca una fotocopia de sus días en la ciudad, o al menos, la seguridad absoluta de que no habrá sorpresa alguna. Por eso alquila el mismo apartamento o se hospeda en el mismo hotel todos los años. O vuelve una y otra vez al piso que compró, su segunda residencia, calco de la de su lugar de origen. Para él, que el camarero o el recepcionista le llamen por su nombre es un valor añadido. Como saber los platos del bufé, las actuaciones nocturnas o la exacta distancia hasta la playa. O cómo llegar al supermercado más próximo, dónde se come mejor y cuántas vueltas se dan al paseo marítimo cada noche. No tiene comparación con conocer sitios nuevos o probar sabores exóticos. Nada enriquece más que la conversación cotidiana con el vecino de todos los veranos, o compartir sombrilla con los amigos de siempre, por más que solo los vea esos meses. Ver crecer a sus hijos, cenar con ellos, observar cómo al ma®tre del hotel han empezado a salirle las primeras canas. Nada puede ser más relajante que repetir la misma vida, ni un balneario, ni el destino más lejano ni la mejor casa rural. Ahora, no se crean que todo es tan fácil. Construir una réplica de tu existencia en otro lugar lleva su tiempo, y requiere mucho esfuerzo. Para los que no quieren aventura, lograr que todos los detalles cuadren es un suplicio. Pero, una vez conseguido, solo hace falta coger el coche y emprender el viaje, sabiendo, una vez más, que no existe diferencia entre lo que te espera delante y lo que se deja atrás.