El gran Pepe Luis Vázquez dio la más bella y la más certera definición de lo que es el toreo: "Un arte para conservar en algún lugar del corazón de un espectador sensible". Dijo un espectador, no necesariamente con un aficionado, porque el toreo es un arte que es pura sensibilidad, por lo que no hay que ser obligatoriamente un aficionado para emocionarse. Ayer, el toreo de Morante llegó al corazón, tal fue lo profundo pero a la vez delicado y bello que fue.

Fue ante el cuarto toro de la tarde cuando ya El Fandi había cortado una oreja muy ligera, y Manzanares otra a un toro que tuvo la suerte de caer en sus manos. Lo de Morante comenzó con el capote, pues una a una las verónicas brotaban ampulosas, embriagadoras, bellísimas. Echaba el capote Morante para embarcar al noble juanpedro, y los lances eran esculturas en movimiento, plenos de ritmo cuando iba ganando terreno hacia los medios, y bellos hasta decir basta.

Quite

El quite por chicuelinas fue más de lo mismo, porque no es la chicuelita de Morante algo al uso, sino que el animal va toreado por los vuelos del capote. No es un recorte más o menos zarrapastroso, sino que es un lance suave y delicado.

El inicio de faena fue por abajo pero llevando al toro hacia delante. Nada de cortarle el viaje. Eran muletazos de inmensa torería pero además tenían un porqué, el enseñar a embestir al astado. Eso era la belleza unida a la eficacia.

Después la faena fue todo un recital de lo mejor de este gran torero, que dicen que es de arte pero es mucho más, porque el arte no está reñido con el toreo bueno. El arte no es una facundia sin sentido sino que el gran arte se asienta en la verdad, y en el toreo en torear, que es llevar al toro y no que vaya a su aire componiendo más o menos bonito. Esa forma de echar la muleta al toro y engancharlo. Esa manera de hacer los embroques, de irse con el animal componiendo una reunión de efímera pero gran belleza. Esa forma de seguir todo el muletazo sin descomponer la figura, que se guía por la naturalidad. Y esa forma de irse del toro. Eso era Morante ayer.

Una a una las series iban brotando cual partes de una partitura dictada por la genialidad, con una apertura que era el inicio de faena, unos compases a más que eran las primeras tandas en redondo, un punto álgido con solos de violín, que era cuando Morante tenía la plaza boca abajo, y un final delicadísimo, cuando todo estaba hecho y la inspiración del toreo cambiado, de los adornos y la torería, ponían el colofón a la creación de un artista único.

De lo demás cabe decir que Manzanares tuvo un soso astado al que le costaba ir hacia delante y al que pudo cuajar series en las que la majestad del torero, esa forma de acompañar e irse con él, puso un punto de calidad que tapó la poca entidad del animal.

Y El Fandi cortó una oreja tras torear bien a la verónica, clavar banderillas de forma más espectacular que pura, y dar pases de los que no nos acordamos de ninguno. Y eso es todo, que es mucho, justo lo que dijo un gran artista del toreo, uno que también es capaz de recordar a Bergamín cuando hablaba de la música callada del toreo...