El dolor crónico origina que quienes lo padecen tengan que dejar a menudo sus trabajos y limiten sus relaciones sociales. Es tan fuerte, que muchos solo se ven capaces de soportar la dolencia y a ellos mismos en esa situación encerrados en sus casas. A esto se suma que es una «experiencia sensorial y emocional tan particular, y muchas veces no observable, que puede hacer difícil la comprensión por parte de quien no lo padece de forma crónica, lo que favorece el retraimiento de la persona afectada», según explica el psicólogo Antoni Castel.

Muestra de ello es el estudio presentado por la Sociedad Española del Dolor, que concluye que solo el 1,5% de los ocho millones de personas que se calcula que sufren dolor crónico hablan de ello en Twitter. Otras enfermedades con menor incidencia, como la diabetes y el VIH, tienen mucha mayor presencia, tanto en la red social como en el debate político y social. Esto se debe, según los especialistas, a que es una dolencia de difícil explicación y comprensión por parte de la sociedad y, por ello, quizá una de las más desatendidas por el sistema sanitario.

Entender mejor lo que es el dolor y sus consecuencias «favorecería su abordaje, no solo por parte de los profesionales sanitarios, también por parte de la sociedad, y esto redundaría además en una mayor disposición de medios y tratamientos», según concluye Castel.