Hay un dicho en el mundo del toro que dice: El hombre propone, Dios dispone, y el toro lo descompone . Ayer en Madrid, los toros de Fuente Ymbro descompusieron el esperadísimo espectáculo, porque en el patio de cuadrillas estaban Juli y Perera, con Finito abriendo cartel. Fue una corrida muy complicada, con genio defensivo, con esas intenciones que sacan algunos toros -- ayer varios de los seis-- de irse al muslo, al sobaco o al cuello del torero.

Y a todo esto, ¿por qué esta decepción, cuando el día antes, en Jerez de la Frontera, la corrida de Fuente Ymbro ofreció, por brava, un gran espectáculo? Cada cual que saque sus conclusiones, aunque no está mal un recuerdo hacia el inolvidable Alvaro Domecq y Díez, recientemente fallecido, cuando afirmaba que la bravura afila. Que la bravura afila o afina, pues, cuanto más bravos los toros, mas finos e, inevitablemente, son más chicos. Uno no puede por menos que recordar que la media de la corrida de Jerez fue de 492 kilos, mientras que la de ayer de Madrid se elevó a los 569. Los de Jerez se movieron y emplearon. Los de Madrid esperaron.

El único toro con posibilidades fue el primero, que cayó en manos de un Finito en el ocaso de su carrera, que si bien siempre ha tenido como tesoro la clase, nunca ha andado sobrado de corazón. Y ayer menos ante este toro que por el pitón derecho ofreció posibilidades.

El Juli se estrelló con un lote en el que entró un muy desrazado lidiado en segundo lugar, y un violentó que hizo quinto. Lo reseñable de su tarde es cómo le espera un sector de la plaza de Madrid, que confunde la pureza del toreo con irse permanentemente --no sólo en el primer muletazo de cada serie-- al pitón contrario.

COGIDA DE PERERA Lo del extremeño Miguel Angel Perera fue peor, pues pudo desembocar en tragedia. Sucedió ante el tercero, un toro de enorme cuajo, manso y con genio. Aparentemente soso, llegó a la muleta sin entrega, con la cara a media altura. Era el día de Miguel Angel y se lo sacó a los medios sin más. Con la diestra la tomaba con desgana. Le probó al natural y en el primer muletazo se vino al bulto. Espeluznante por fea la voltereta, el toro le buscó en el suelo en unos segundos eternos y le corneó, por fortuna y, aparentemente, sin calarle. Lo mató y pasó el diestro a la enfermería.

Salió para enfrentarse al sexto que, por hechuras más recortadas, prometía más que sus hermanos. Seguramente llevaba una cornada envainada y poco duró la ilusión, porque éste que cerró la corrida desarrolló gran sentido. Violento, derrotaba, buscaba al torero, y éste no tuvo más remedio que abreviar.