Uno se siente como en una pajarera descomunal. La mirada abandonada entre aves. A esas horas en que suelo llegar a los restaurantes, si es que están abiertos, no suelen estar repletos. Estoy solo, y feliz, en el comedor más bonito de Extremadura. Al otro lado de la cristalera, luminoso, el patio, las viejas labras, las enredaderas escalando los muros y ellas, las aves. La sensación es enomemente placentera. Y, además, se come.

Arturo Pérez Reverte hizo mención de Torre de Sande en una de sus obras; uno de sus personajes calificaba el restaurante de soberbio. Dicho lo cual, bien pudiera terminar aquí mi crónica. No lo diría yo mejor que el insigne cartagenero. Soberbio.

Torre de Sande es un restaurante soberbio por muchas cosas. Por su emplazamiento, al pie de la torre de San Mateo, en el punto más alto de Cáceres la vieja. Y por sus hechuras de caserón noble, exquisita decoración y buen aire. Uno, cuando entra en Torre de Sande, aunque sea por vez primera, tiende a sospechar que comerá bien. Pero Torre de Sande es también César Ráez, cocinero veterano, de larga trayectoria, obligada referencia de los fogones extremeños, y que ahora preside la asociación de cocineros extremeños. Motivos sobrados. Y soberbios.

En el patio campea Curro, un pavo real. Atónito, yo. Le echan un bollo de pan en trozos. Curro los corteja desdeñoso. Las palomas. Los vencejos. Todo un espectáculo. En jerarquía. Las palomas respetan a Curro y solo comen cuando Curro lo permite. Y, ladrones, los vencejos bajan desde los altos de la torre de San Mateo, en vuelo vertiginoso, y levantan y llevan los pedazos de pan en cuanto Curro, en vanidosa majestad, se despista.

Va llegando una clientela refinada, en su mayor parte turistas de buen bolsillo. Y yo voy comiendo. Me ofrecen un menú degustación con alguna sorpresa y acepto. Hay ocasiones en que obedecer es acertar. Buena mesa, buen mantel,… y un menú muy a mi modo, que agradezco a la casa. Delicado y contundente a la vez. Bien servido y cerrado en cincuenta y cinco euros. Vino de la casa, nunca mejor dicho, ya que viene etiquetado con el nombre de César Ráez y una estampa de Curro (el pavo). Lo pueden ver en la galería de imágenes en la edición digital. Luego el menú degustación que tuvieron a bien servirme. Creo que no enmascara la auténtica personalidad del restaurante. Cocina de siempre, buenos productos y elaboraciones un tanto más allá de lo previsible. Cada plato, sin despegarse de lo que todos tenemos en la cabeza, aporta alguna vuelta de tuerca. Y eso también en el menú degustación. Esta vez cocinaba el hijo de César, también César y también Ráez. Un excelente gazpacho, jamón y lomo doblado de muy primera calidad, zorongollo con bacalao confitado y huevo (riquísimo) y… un plato todavía fuera de carta y que quisieron que probara: oreja de cerdo y jeta en dos cocciones sobre puré de patata. Y acertaron con el comensal porque, siendo un plato ciertamente curioso, resulta propio de tragaldabas a prueba de bombas. Y seguimos. Secreto ahumado, muy bien presentado. Y, de postre, helado y puding. Bien comido en un entorno… soberbio. Soberbio puede ser la palabra.

En fin, después (y antes) un paseo por Cáceres. Desde el zaguán del Palacio de los Golfines saco una foto, y pienso. Pienso que a la derecha está Atrio y a la izquierda Torre de Sande. Y concluyo mis pensamientos sin saber a ciencia cierta por cual de los dos se decantaría Franco (Francisco).